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viernes, 17 de marzo de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXCVII). Domingo IV de Cuaresma.


Una de las cosas que os repito varias veces es que la mirada de Dios no es como la mirada humana; es decir, Dios no se fija en las apariencias, sino en lo profundo. Por eso, como vemos en las lecturas de hoy, escoge a David para ser rey de Israel y Jesús devuelve la vista al ciego ignorado por todos, convirtiéndole en discípulos suyo.

Pues bien, en este itinerario bautismal que estamos recorriendo durante estos últimos domingos de Cuaresma, hoy Jesús se nos presenta como la luz del mundo. Y es que Dios nos ha enviado a Jesucristo, luz del mundo, para iluminar las tinieblas de nuestra ignorancia y nuestro pecado. Él quiere curarnos de nuestra ceguera, como al ciego del evangelio, para que descubramos el paso de Dios por nuestra vida.

Mirad, el evangelista san Juan, tirando de fina ironía, nos presenta el estar ciego como una actitud o un modo de ser que consiste en empecinarse en la propia forma de ver, en no abrirse al cambio, en encontrar argumentos, sea como sea, para justificar el juicio que ya tenemos hecho.

Por eso que en el ciego podemos ver a toda persona y a toda la humanidad. Es símbolo de la existencia humana, nacida en las tinieblas del pecado. Y a partir de que recobra la vista, se inicia en él una lucha, un combate contra las tinieblas que no conocen o quieren apagar la luz. Por ejemplo, vemos como sus vecinos no captan lo que ha sucedido, y sólo ven a un mendigo que ahora ve. El poder y el saber de los religiosos oficiales, fariseos, y dirigentes judíos, no pueden entenderlo, sólo ven una transgresión de la ley del sábado y que el signo no puede venir de Dios, porque están empeñados en que Jesús es un pecador, ofuscándose cada vez más. Y encima sus familiares tienen miedo a las represalias de los judíos y no quieren saber nada... Vamos, parecido a nuestros días, en los que la vida de fe se abre paso en combate, en medio de dificultades e incomprensiones. Que el ser creyentes, seamos francos, no es un camino de rosas, y donde más difícil se hace vivir la fe y ser cristiano, las más de las veces, es en nuestra propia casa.

Pero aunque tengamos dificultades, no podemos olvidar que hemos recibido la luz de Cristo en el bautismo, y que, como nos dice san Pablo, hemos de vivir como hijos de la luz. Y para ello Jesús no nos va a dejar solos, sino que constantemente quiere encender en nosotros la luz de la fe. Pero la luz hay que alimentarla... Y para eso tenemos también a nuestro alcance los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, para que sean como la cera que mantiene encendida la llama de la vela de nuestra fe. No los desaprovechemos.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
 

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