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viernes, 26 de enero de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXL). Domingo III del Tiempo Ordinario


La palabra de Jesús, a diferencia de la de otros maestros, que solían basar su enseñanza en las de otros maestros famosos y en la tradición de los ancianos, es decir, en las interpretaciones de sus predecesores, tiene autoridad; se aleja de exponer doctrinas y leyes, y nos llama a la obediencia a Dios mediante la fe, la práctica de la caridad y la disponibilidad a la voz del Espíritu Santo.  
Así pues, en la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio, vemos como Moisés habla al pueblo diciendo que vendrá un profeta que les hablará y será escuchado, porque hablará en nombre de Dios, y por hacerlo, deberá incluso morir.
Pues bien, el Evangelio nos muestra como Jesús es ese profeta, y más que profeta, el Mesías que anuncia con autoridad la palabra de Dios y por medio del cual Dios evidencia su amor a la humanidad. Quienes lo escuchan, reconocen que habla con autoridad, una autoridad que le viene de Dios. Pero Jesús apoya sus palabras con acciones salvadoras a favor de los hombres. Y un signo de esta autoridad, de esta potestad lo apreciamos en la escena de la expulsión de un espíritu inmundo. El exorcismo que se da en la misma sinagoga aparece como una demostración de esta autoridad de Jesús que nos libera de todo lo que destruye o altera a la persona humana. Curiosamente, fijaos en el detalle, ese espíritu inmundo proclama abiertamente que Jesucristo es el Santo de Dios.
Y me gustaría que tuvieseis en cuenta otra cosa, y es que Jesús no se ha callado. Al contrario. Jesús nos sigue hablando hoy en la Iglesia, de un modo especial en la celebración de la Eucaristía. Y nuestra tarea como miembros de la Iglesia es acogerlo, para anunciar también su Buena Noticia a los demás. Jesús convenció a muchos con sus palabras, porque su ejemplo conducía a las personas por caminos de verdadera liberación. Pidámosle nosotros a la Virgen dar también ejemplo con nuestra conducta de que nos hemos encontrado con Cristo en nuestra vida, y de que lo reconocemos como el Santo de Dios.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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