Las lecturas de este domingo nos presentan cómo Dios ve y
atiende los sufrimientos de los necesitados, y como suscita el encuentro con Él
a través de la oración, mostrándonos a Jesús como el Señor que sana los
corazones destrozados y que venda sus heridas.
En el Evangelio se nos narra cómo curó a muchos enfermos de
diversos males, cómo después se levantó de madrugada se puso a orar; y cómo
desde allí salió a predicar a las aldeas cercanas, pues para eso había venido.
Pues bien, también nosotros estamos llamados a evangelizar,
aunque muchas veces nos cueste y lo veamos todo más negro que Job en la primera
lectura. Porque, fijaos, creo que no me equivoco si digo que a todos nos gusta
leer los evangelios en los que el Señor tiene éxito, es escuchado y apreciado
por su pueblo. Como nos dice hoy san Marcos, que nos cuenta como la gente se
agolpaba en la puerta de su casa, y allí Jesús derramaba su misericordia sobre
los enfermos y poseídos. ¡Y cuánto nos gustaría ver que la iglesia disfrutara
de ese éxito! No lo neguemos... Nos gustaría ver las iglesias llenas, los
obispos y los curas nos gustaría ser respetados y escuchados siempre, los
conventos y los seminarios abarrotados, las misiones llenas de vida... Pero ¡ay
amigo...! ¡La realidad es muy diferente!
Y es que Dios no ha venido a asegurarnos el éxito, ni
podemos confundir a Dios con el triunfo; porque si vamos por ese camino, si
llega el fracaso, podríamos asimilar que la irrelevancia, la decepción o la
pobreza significasen la ausencia de Dios, y si su silencio se prolonga, hasta
llegaríamos, como he hecho mucha gente hace, llegaríamos a negar la propia
existencia de Dios.
Pero mirad, el éxito mundano no es el objetivo fundamental
de nuestra vida espiritual. cada uno podríamos recordar cuantas decepciones y
sufrimiento y amarguras hemos acumulado con el paso de los años. Incluso en la
vida religiosa y en el servicio a Dios, las frustraciones pueden llegar a ser
habituales y pueden llegar a poner en duda nuestra propia vocación... Pensad por
ejemplo en los curas de pueblo... (pero de pueblo, pueblo; de esos pueblos del en
que no llegan a mil habitantes y que en su mayor parte casi no alcanzan los
cien o doscientos) que viendo las iglesias casi vacías, la gente que no se
casa, y los pocos que lo hacen por la Iglesia, los críos que no se bautizan y
algunos que ya no quieren ni comulgar, por no decir los pocos que se
confirman...., seguimos ahí, al pie del cañón, con más moral que el Alcoyano (
o que los aficionados del Zaragoza, si me apuráis).
Bueno, pues, como os decía, no estamos llamados al éxito,
sino a dar a conocer el evangelio, como nos dice san Pablo: «¡Ay de mi si no
anuncio del Evangelio!»; y a hacerlo con honestidad y valentía, sin miedo y sin
cobardía; pero sin las miras humanas que valoran las acciones por su resultado
y al final acaban pesando el valor de las personas... Ojalá pudiéramos decir
con el apóstol que todo lo hacemos por causa del evangelio.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, que viviendo unidos en
Cristo por la oración, y especialmente en la Eucaristía, demos fruto con gozo
para la salvación del mundo; trabajando por ser una Iglesia evangelizadora,
comprometida, como Jesús, en la sanación de las almas, y alegre como Pablo por
el gozo de haber sido enviados a la misión.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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