REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXXXIV). Domingo II de Adviento

El profeta Isaías es uno de los grandes literatos del Antiguo Testamento. Seguramente, hoy en día sería uno de los mejores escritores del momento sólo por una sola cosa, que es su capacidad de descripción. Ya querríamos nosotros hacer una descripción de nuestras esperanzas y de nuestros anhelos tal y como lo hacía Isaías. El texto de hoy  es un buen ejemplo de ello, pues el profeta nos hace ver que las dificultades que tenemos en el terreno geográfico, como los valles, las estepas, los montes y la colinas, etc...  son también las que tenemos para que Dios llegue a nosotros. O al revés, las que encontramos para que podamos llegar nosotros hasta Dios.
Pues bien, el mensaje de Isaías que san Juan Bautista hace suyo, y que nos llama a preparar en el desierto un camino al Señor quitando de en medio todo lo que estorba. Y esto es lo propio del Adviento: quitar todo aquello que impida que el Señor pueda venir a nuestro corazón. Quitar el obstáculo de las falsas excusas, tanto para no rezar como para no perdonar. Quitar el obstáculo que no nos permita crecer espiritualmente, que nos aleje del Señor o que nos impida ver las necesidades, luchas y preocupaciones de los que tenemos a nuestro alrededor.

Este mensaje es, pues, una invitación a la conversión, a ir quitando de nuestra vida todo lo que obstaculice la venida del Señor, llevando para ello una conducta santa y piadosa, como nos dice san Pedro, para que en su venida nos encuentre en paz con Él, intachables e irreprochables, pues al fin y al cabo nuestra vida apunta hacia el cielo nuevo y la tierra nueva que esperamos y, entretanto, debemos vivir de acuerdo con esa esperanza que tenemos.

Que este tiempo de Adviento sea un tiempo de gracia para todos nosotros. Que María nos ayude a ser portadores de esperanza y constructores del Reino de Dios.

Mn. Ramón Clavería Adiego;

Director espirituald de Abril Romero.