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viernes, 12 de abril de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXLVIII). Domingo III de Pascua

 

Hoy contemplamos otra de las apariciones del Resucitado a sus discípulos. Y en esta aparición vemos como Jesús resucitado abre el entendimiento de sus discípulos para que comprendan e interpreten las Escrituras. La primera lectura da buena fe de ello cuando Pedro, después de haber curado a un paralítico anuncia e interpreta que todo lo que ocurrió con Jesús, que padeció y resucitó al tercer día, fue para cumplir las Escrituras.
Y es que en Cristo muerto y resucitado se concentran y cobran sentido todas las Sagradas Escrituras, es decir, el Antiguo y el Nuevo Testamento, ya que Jesús es la plenitud de la revelación, y por lo tanto, la última y definitiva palabra de Dios a la humanidad. Él nos abre el camino de la vida y sigue realizando, de diversos modos, la renovación admirable de la humanidad; pues Él, como nos dice san Juan en la segunda lectura, es la garantía del perdón que Dios no cesa de darnos.
Mirad, la fe cristiana nos dice por activa y pasiva que Cristo ha resucitado. Que no es un fantasma, sino que está vivo. Por eso, cada celebración de la Misa ha de ser para nosotros una experiencia de encuentro con Jesús resucitado, que se hace presente en su palabra y en el Pan y el Vino de la Eucaristía, de manera que salgamos de aquí con más ganas de vivir nuestra fe, y no solo con buenas palabras, sino también con hechos, porque el Señor resucitado nos ha librado de la muerte, nos ha dado su misma vida y nos acompaña en nuestro caminar de cada día.
Que la Virgen María nos ayude, pues, a que en cada celebración de la Eucaristía arda nuestro corazón al escuchar la Palabra de Dios, y vivamos la alegría que nos da este encuentro con Jesús resucitado.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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