La alegría ante la proximidad de la Navidad es la
característica propia de la liturgia de este tercer domingo de Adviento. El
motivo de nuestro gozo se fundamenta en la certeza de que el Señor ha venido a
salvarnos y, este misterio tan grande, lo vamos a celebrar en las próximas
fiestas de Navidad.
Y esta invitación a la alegría es la nota destacada de las
lecturas de este domingo. En la primera lectura, el profeta desborda de gozo
porque Dios lo ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres, a curar los
corazones desgarrados, a proclamar un año de gracia. Pues bien, todo lo que
anunciaba el profeta, se ha cumplido en Jesucristo, cuyo nacimiento estamos a
punto de recordar. Y san Pablo, en la segunda lectura invita a estar alegres no
solo un momento, sino a estarlo siempre: «estad siempre alegres», nos dice.
Esta alegría se fundamenta en el agradecimiento, porque no cabe duda que una
actitud agradecida nos ayuda a ver siempre el aspecto más positivo de los
acontecimientos que vivimos.
Pero fijaos en una cosa, y es que llama la atención que esta
alegría también va acompañada de la invitación a «examinarlo todo» y «quedarnos
con lo bueno». Es decir, san Pablo no nos dice que tengamos que vivir
desconectados de todo para no sufrir ni pasar malos ratos, sino que nos dice
que la alegría se manifiesta cuando nos quedamos con lo bueno. Por eso, la
conversión que se nos pide en este tiempo de Adviento es ese proceso de ir
eliminando en nosotros toda maldad e ir llenando nuestro interior de la gracia
de Dios, que es el origen de toda bondad.
Sería bueno, por tanto, que la pregunta que vemos que le
hacen a Juan Bautista en el evangelio: ¿Quíén eres?¿Qué dices de ti mismo?, nos
la hiciéramos cada uno de nosotros personalmente. Es decir, en un mundo lleno de máscaras, falto de
convicciones personales profundas, urge que nos podamos tomar un tiempo para
parar y preguntarnos: ¿Quién soy?, ¿qué o quién define mi existencia?, ¿cuáles
son mis proyectos? Y seguramente encontraremos valoraciones o aspectos
positivos y negativos de nuestra identidad, y así descubrir los aspectos más
sobresalientes de nuestra propia identidad personal.
Vamos a pedirle,
pues, a la Virgen María, que sepamos ver nuestra identidad mirando a Jesucristo
a la cara, descubriendo así que no somos redentores, sino discípulos, y que
nuestro único Redentor y Salvador es Él, el Mesías esperado.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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