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miércoles, 6 de diciembre de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXXXIII). Solemnidad de la Inmaculada Concepción

 

Dentro del tiempo de Adviento, que nos prepara a la venida del Señor, celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, en la que recordamos que Dios quiso que la que iba a ser Madre de su Hijo no fuera tocada por la miseria del pecado. Y por tanto, durante toda su vida terrena, estuvo libre de cualquier mancha de pecado. Es decir, que Dios no permitió que la Virgen María cometiera ni un solo pecado en su vida.

Mirad, en sus orígenes, la humanidad experimentó una armonía que hoy descubrimos como una misión imposible. El mal entró en el mundo porque se le abrió la posibilidad y en esa oportunidad el ser humano se creyó la mentira de sustituir a Dios y ocupar su lugar. Pero desde el mismo comienzo de la humanidad, cuando el hombre peca, Dios no le abandona a su suerte, sino que, compadecido, le ha tendido siempre su mano para que le encuentre el que le busca.

Por eso que el mal no tiene nunca la última palabra. No caigamos en la desesperanza. Porque la descendencia de una mujer lo destruirá para siempre. Esa mujer es la que desde sus orígenes la Iglesia ha visto en María de Nazaret, la madre que posibilita la existencia de Jesús de Nazaret, quien vence para siempre al mal y a la muerte. Así que no: el mal no tiene la última palabra. La última palabra la tiene Cristo.

Y la aceptación por parte de María de los planes de Dios hace que el proyecto salvador de Dios entre en la historia. Por medio de María, que con su «Hágase en mi según tu palabra» cooperó con actitud creyente respondiendo con prontitud y disponibilidad a lo que Dios le pedía, el que está por encima del tiempo entra en el tiempo de la historia. Todo es posible porque la colaboración de una persona salva a toda la humanidad.

Pues bien; en la Virgen María encontramos una buena Maestra para este Adviento y para la próxima Navidad. Nosotros queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador. Ella, la Madre, fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento, la Navidad y la Manifestación de Jesús como el Salvador de Dios. Mirándole a ella, y gozándonos hoy con ella, Inmaculada desde el primer momento de su existencia, y santa y pura durante toda su vida, nos animaremos a vivir mejor este Adviento y esta Navidad.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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