Las lecturas de este domingo, con el que cerramos la primera
parte del Tiempo Ordinario, las lecturas nos hablan de la voluntad de Dios de
hacer partícipe a la humanidad de su vida. La primera lectura, del libro del
Levítico, nos muestra como ya en el Antiguo Testamento Dios llamaba a los hijos
de Israel a ser santos porque Él, el Señor, nuestro Dios es santo. Dios mismo
se nos propone como modelo de nuestra actuación, y dicta las normas para la
mejor relación con el prójimo; unas normas conformadas en una ley que encuentra
su fundamento en la propia soberanía y santidad de Dios. Y en esa línea
encontramos también el texto del Evangelio, en el que Jesús nos llama a ser
perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto. Y lo hace invitando a sus
discípulos a privilegiar la caridad fraterna frente a la tentación de la
venganza y el odio amando incluso a los enemigos. Vemos, pues, una vez más,
como la lógica de Dios no es la lógica del mundo; y como, el ser discípulos
verdaderos de Jesucristo es exigente, muy exigente. Que se nos meta bien en la
cabeza que el Evangelio no es un cuento de hadas... Y mucho menos que nos
podemos quedar simplemente con lo que nos gusta de la Sagrada Escritura. Alguno
igual me dirá ¡Es que yo tengo mi fe! Bueno, pues si pensamos así nuestro lugar
no está en la Iglesia católica. Podremos fundar nuestra propia secta y así
justificar esa mal llamada fe. Pero si queremos amoldar el evangelio al mundo,
de católicos tendremos lo mismo que un merengue de culé.
Mirad, sabemos que cumplir lo que Jesús nos manda hoy no es
nada fácil. De hecho, esta forma nueva que propone Jesús de afrontar los
conflictos con aquellas personas que nos hacen daño implica mucha generosidad,
autoexigencia y la búsqueda de una mayor perfección personal. Pero esa
perfección, esa vocación a la santidad solamente la podremos llevar a cabo a
través del amor al prójimo. Un amor que nos debe llevar a querer incluso a
nuestros enemigos, imitando al Señor,
que es compasivo y misericordioso, y no nos trata como merecen nuestros
pecados. Y si no estamos dispuestos a ello seremos unos grandes hipócritas si
rezamos el padrenuestro, pues pedimos a nuestro Padre del cielo que perdone
nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos al que nos ofende... O
sea que, ya lo sabemos, si no estamos dispuestos a perdonar a quien nos la ha
hecho, no tengamos la caradura de rezar el Padrenuestro. Así de claro.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen, que modele nuestro
corazón. Que nos consiga un corazón capaz de perdonar; un corazón capaz de amar
a todos, porque el perdón y el amor al prójimo continuará siendo siempre la
verdadera característica del cristiano, y será también la clave para ser
santos, justos y perfectos. Y no vengamos con excusas diciendo que eso es mucho
para nosotros; porque Dios nos quiere santos y perfectos.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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