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sábado, 12 de noviembre de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXXXII). Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

 

Estamos celebrando los últimos domingos del año litúrgico; hoy en concreto, el penúltimo; y los textos que escuchamos cobran un tinte escatológico, es decir, nos invitan a mirar el futuro más lejano, el futuro del fin de este mundo; y nos hablan del final de los tiempos y de la venida del Señor en gloria, orientándonos hacia el juicio de Dios, especialmente el juicio final y definitivo.

Respecto a este juicio final, la primera lectura describe la sentencia como un fuego devorador para todos los orgullosos y malhechores y, por el contrario, como sol de justicia para los que hayan dado el verdadero culto a Dios.

Y en ese contexto se sitúa como elemento de fondo la destrucción del templo de Jerusalén que Jesús vaticina en el Evangelio. Mirad, Jerusalén era el símbolo de la religión y de las instituciones del Antiguo Testamento, y el templo de Jerusalén, era el lugar de presencia y de encuentro de los fieles con Dios, el lugar más sagrado del mundo. Por eso, la profecía de Jesús sobre la destrucción del templo indica la superación del viejo mundo y de la Antigua Alianza, a la par que la inauguración de un orden nuevo y de una Nueva Alianza. Y es que el templo de Jerusalén ha sido sustituido por un nuevo templo incorruptible, que es el cuerpo de Jesús resucitado; que a partir de ahora será el lugar de presencia y de encuentro con Dios.

Y en esa línea tenemos que leer también el preanuncio de guerras, revoluciones y cataclismos cósmicos y de persecuciones, el cual describe de manera expresiva la gestación difícil y sufrida del reino de Dios, destinado a alcanzar, al fin, su plenitud. Jesús en el discurso plantea unas actitudes, que son el discernimiento ante los falsos profetas y salvadores; el ver las persecuciones como una ocasión de dar testimonio, confiando en la asistencia de Cristo en esta situación¸ y finalmente, Jesús les invita a confiar en la promesa de alcanzar la vida eterna.

Claro, ante tantas evidencias, sobre todo ante el saqueo y destrucción del templo de Jerusalén por los romanos, era lógico que algunos de los primeros cristianos pensaran que el fin de los tiempos y la gloriosa llegada de Cristo no tardarían en llegar; por eso san Pablo intenta esclarecer este malentendido que había llevado a algunos miembros de la comunidad de Tesalónica a no trabajar y a tener una actitud de espera pasiva, sin hacer nada, dejándoles bien claro que tenían que vivir su fidelidad a Cristo trabajando.

Pues que la Virgen María nos ayude a trabajar por el Reino de Dios haciendo bien nuestro trabajo de cada día, procurando no ser ciegos ante la pobreza y los sufrimientos de quienes más nos necesitan.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero

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