Estamos celebrando los últimos domingos del año litúrgico;
hoy en concreto, el penúltimo; y los textos que escuchamos cobran un tinte
escatológico, es decir, nos invitan a
mirar el futuro más lejano, el futuro del fin de este mundo; y nos
hablan del final de los tiempos y de la venida del Señor en gloria,
orientándonos hacia el juicio de Dios, especialmente el juicio final y
definitivo.
Respecto a este juicio final, la primera lectura describe la
sentencia como un fuego devorador para todos los orgullosos y malhechores y,
por el contrario, como sol de justicia para los que hayan dado el verdadero
culto a Dios.
Y en ese contexto se sitúa como elemento de fondo la
destrucción del templo de Jerusalén que Jesús vaticina en el Evangelio. Mirad,
Jerusalén era el símbolo de la religión y de las instituciones del Antiguo
Testamento, y el templo de Jerusalén,
era el lugar de presencia y de encuentro de los fieles con Dios, el lugar más
sagrado del mundo. Por eso, la profecía de Jesús sobre la destrucción
del templo indica la superación del viejo mundo y de la Antigua Alianza, a la
par que la inauguración de un orden nuevo y de una Nueva Alianza. Y es que el templo de Jerusalén ha sido
sustituido por un nuevo templo incorruptible, que es el cuerpo de Jesús
resucitado; que a partir de ahora será el lugar de presencia y de encuentro con
Dios.
Y en esa línea tenemos que leer también el preanuncio de
guerras, revoluciones y cataclismos cósmicos y de persecuciones, el cual
describe de manera expresiva la gestación difícil y sufrida del reino de Dios,
destinado a alcanzar, al fin, su plenitud. Jesús en el discurso plantea unas actitudes, que son el discernimiento
ante los falsos profetas y salvadores; el ver las persecuciones como una
ocasión de dar testimonio, confiando en la asistencia de Cristo en esta
situación¸ y finalmente, Jesús les invita a confiar en la promesa de alcanzar
la vida eterna.
Claro, ante tantas
evidencias, sobre todo ante el saqueo y destrucción del templo de Jerusalén por
los romanos, era lógico que algunos de los primeros cristianos pensaran que el
fin de los tiempos y la gloriosa llegada de Cristo no tardarían en llegar; por
eso san Pablo intenta esclarecer este malentendido que había llevado a algunos
miembros de la comunidad de Tesalónica a no trabajar y a tener una actitud de
espera pasiva, sin hacer nada, dejándoles bien claro que tenían que vivir su
fidelidad a Cristo trabajando.
Pues que la Virgen
María nos ayude a trabajar por el Reino de Dios haciendo bien nuestro trabajo
de cada día, procurando no ser ciegos ante la pobreza y los sufrimientos de
quienes más nos necesitan.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
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