Las lecturas de hoy están orientadas a lo referente al fin
de los tiempos y a la resurrección de los muertos y a la vida eterna.
San Pablo nos muestra como Dios nos ha regalado una gran
esperanza, que no es otra que la salvación eterna. Esa esperanza es la que nos
ayuda a caminar en medio de las dificultades de la vida, sabiendo que un día
veremos a Dios.
Por su parte, vemos como en el Evangelio Jesús, respondiendo
a los saduceos, proclama claramente la resurrección de los muertos, afirmando
que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. De ello es un ejemplo lo que
nos cuenta la primera lectura de hoy, en la que observamos como los hermanos
macabeos soportaron con fortaleza su martirio, ya que tenían la esperanza de
que Dios mismo los resucitaría.
Pues bien, la posición
de Jesús ante este debate con los saduceos puede ser reveladora para los tiempos
actuales, en los que hay tanto neo-saduceo, que no cree en la vida eterna ni en
la vida espiritual, y que se burla de quien sí que cree en ella. Pero tenemos
que tener cuidado, porque tanto creyentes como no creyentes podemos reaccionar con
frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección, viéndola como la
mera continuación de la vida mortal, sólo que, para siempre, ya sin muerte. Y
la resurrección de la carne y la vida eterna no es eso... No. Nosotros no podemos explicar con detalle cómo
será la vida futura después de la muerte. No lo sabemos. No sabemos como será
ese mundo nuevo que nos promete Jesucristo. Pero sí que podemos afirmar en esperanza
que no viviremos los condicionamientos que tenemos en un cuerpo mortal, y que nos
habremos librado por siempre de la muerte.
Y fijaos en una
cosa: Jesús hace referencia a «los que sean juzgados dignos de tomar parte en
el mundo futuro y en la resurrección de los muertos». Y es que el paso a la
vida eterna no es un paso automático; sino que hay que ser digno para Dios; y
esta dignidad se define en la vida terrenal que hemos llevado; porque la vida
eterna es un regalo de Dios que va más allá de nuestras capacidades
humanas, y debemos valorar y cuidar este regalo con responsabilidad con los
actos que hacemos cada día.
Pues que la Virgen
María, que asunta al cielo, ya participa de esa plenitud de la vida eterna, nos
ayude a vivir en la fe y la esperanza de la resurrección, mientras vamos
caminando al encuentro con el Señor como miembros de la Iglesia, una Iglesia
que entre todos debemos colaborar a sostener.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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