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sábado, 5 de noviembre de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXXXI). Domingo XXXII del Tiempo Ordinario


Las lecturas de hoy están orientadas a lo referente al fin de los tiempos y a la resurrección de los muertos y a la vida eterna.
San Pablo nos muestra como Dios nos ha regalado una gran esperanza, que no es otra que la salvación eterna. Esa esperanza es la que nos ayuda a caminar en medio de las dificultades de la vida, sabiendo que un día veremos a Dios.
Por su parte, vemos como en el Evangelio Jesús, respondiendo a los saduceos, proclama claramente la resurrección de los muertos, afirmando que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. De ello es un ejemplo lo que nos cuenta la primera lectura de hoy, en la que observamos como los hermanos macabeos soportaron con fortaleza su martirio, ya que tenían la esperanza de que Dios mismo los resucitaría.
Pues bien, la posición de Jesús ante este debate con los saduceos puede ser reveladora para los tiempos actuales, en los que hay tanto neo-saduceo, que no cree en la vida eterna ni en la vida espiritual, y que se burla de quien sí que cree en ella. Pero tenemos que tener cuidado, porque tanto creyentes como no creyentes podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección, viéndola como la mera continuación de la vida mortal, sólo que, para siempre, ya sin muerte. Y la resurrección de la carne y la vida eterna no es eso... No. Nosotros no podemos explicar con detalle cómo será la vida futura después de la muerte. No lo sabemos. No sabemos como será ese mundo nuevo que nos promete Jesucristo. Pero sí que podemos afirmar en esperanza que no viviremos los condicionamientos que tenemos en un cuerpo mortal, y que nos habremos librado por siempre de la muerte.
Y fijaos en una cosa: Jesús hace referencia a «los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de los muertos». Y es que el paso a la vida eterna no es un paso automático; sino que hay que ser digno para Dios; y esta dignidad se define en la vida terrenal que hemos llevado; porque la vida eterna es un regalo de Dios que va más allá de nuestras capacidades humanas, y debemos valorar y cuidar este regalo con responsabilidad con los actos que hacemos cada día.
Pues que la Virgen María, que asunta al cielo, ya participa de esa plenitud de la vida eterna, nos ayude a vivir en la fe y la esperanza de la resurrección, mientras vamos caminando al encuentro con el Señor como miembros de la Iglesia, una Iglesia que entre todos debemos colaborar a sostener. 

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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