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lunes, 31 de octubre de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXXX). Solemnidad de Todos los Santos

 

D. Remigio, el capellán del colegio donde estudié Bachillerato, cordobés él con guasa fina, nos decía constantemente a los alumnos «qué seas bueno». Hay que reconocer que razón no le faltaba y que, al menos, todos debemos esforzarnos por ser, como mínimo, buenas personas. Pero Dios nos pide algo más. Dios quiere que seamos Santos. Y una buena guía para serlo, mejor dicho, el itinerario a seguir que Jesucristo nos ha marcado, son las bienaventuranzas, fragmento del evangelio que todos los años proclamamos en esta celebración de Todos los Santos, en la que recordamos a esa muchedumbre inmensa, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas que glorifican a Dios en el cielo.

Mirad, la fiesta de hoy nos recuerda que la santidad no es un privilegio para unos pocos. Yo ahora no sé deciros cuantos santos y beatos hay oficialmente, porque el Papa Francisco ha canonizado a 909 santos, Benedicto XVI a 44, y Juan Pablo II a 480... Y la beatificaciones ya ni me lo planteo... Bueno; pues a pesar de que haya tantos santos y beatos en el calendario de la Iglesia, los santos del cielo son muchos, muchos más. A muchos de ellos los hemos conocido, y con no pocos tenemos incluso lazos de sangre; pues en definitiva, hoy recordamos a todos aquellos que han sido salvados por Jesucristo y cuyas almas están ya en el cielo.

Así pues, la fiesta de Todos los Santos, que cada año celebramos cuando empieza el otoño, nos invita a mirar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de nuestra vida como cristianos.
En primer lugar, una mirada al pasado en la que celebramos que en todo el mundo y a lo largo de todos los siglos ha habido personas que han vivido el Evangelio de Jesús; hombres y mujeres que han sido auténticos testigos, a menudo sin darse cuenta.

En segundo lugar, una mirada al presente. Pues, como os decía antes, celebramos que estamos llamados a vivir la santidad, aquí y ahora.

Y en tercer lugar, una mirada al futuro, pues nos hace mirar hacia el término de nuestro camino como cristianos que es la gloria del cielo.

Pidámosle, pues, a la Virgen María, Reina de Todos los Santos, que, siguiendo el ejemplo de tantas y tantas personas verdaderamente santas, que también interceden por nosotros, vivamos la alegría de ser hijos e hijas de Dios, mientras caminamos hacia la ciudad santa de la Jerusalén del cielo.
 

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
 

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