D. Remigio, el capellán del colegio donde estudié
Bachillerato, cordobés él con guasa fina, nos decía constantemente a los
alumnos «qué seas bueno». Hay que reconocer que razón no le faltaba y que, al
menos, todos debemos esforzarnos por ser, como mínimo, buenas personas. Pero
Dios nos pide algo más. Dios quiere que seamos Santos. Y una buena guía para
serlo, mejor dicho, el itinerario a seguir que Jesucristo nos ha marcado, son
las bienaventuranzas, fragmento del evangelio que todos los años proclamamos en
esta celebración de Todos los Santos, en la que recordamos a esa muchedumbre
inmensa, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas que glorifican a Dios
en el cielo.
Mirad, la fiesta de hoy nos recuerda que la santidad no es
un privilegio para unos pocos. Yo ahora no sé deciros cuantos santos y beatos
hay oficialmente, porque el Papa Francisco ha canonizado a 909 santos,
Benedicto XVI a 44, y Juan Pablo II a 480... Y la beatificaciones ya ni me lo
planteo... Bueno; pues a pesar de que haya tantos santos y beatos en el
calendario de la Iglesia, los santos del cielo son muchos, muchos más. A muchos
de ellos los hemos conocido, y con no pocos tenemos incluso lazos de sangre;
pues en definitiva, hoy recordamos a todos aquellos que han sido salvados por
Jesucristo y cuyas almas están ya en el cielo.
Así pues, la fiesta
de Todos los Santos, que cada año celebramos cuando empieza el otoño, nos
invita a mirar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de nuestra
vida como cristianos.
En primer lugar,
una mirada al pasado en la que celebramos que en todo el mundo y a lo largo de
todos los siglos ha habido personas que han vivido el Evangelio de Jesús;
hombres y mujeres que han sido auténticos testigos, a menudo sin darse cuenta.
En segundo lugar,
una mirada al presente. Pues, como os decía antes, celebramos que estamos
llamados a vivir la santidad, aquí y ahora.
Y en tercer lugar,
una mirada al futuro, pues nos hace mirar hacia el término de nuestro camino
como cristianos que es la gloria del cielo.
Pidámosle, pues, a
la Virgen María, Reina de Todos los Santos, que, siguiendo el ejemplo de tantas
y tantas personas verdaderamente santas, que también interceden por nosotros,
vivamos la alegría de ser hijos e hijas de Dios, mientras caminamos hacia la
ciudad santa de la Jerusalén del cielo.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
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