Hoy,
en Andújar ha amanecido un nuevo lunes con un sabor muy dulce.
Hoy,
los rostros y las miradas de los ciudadanos son distintas. Hoy, los buenos días
han ido acompañados con un “qué día nos regaló la Virgen”.
Andújar
escribió en la jornada de ayer, con letras de oro, una de sus más bellas
historias.
La
fe se desbordó a raduales desde que Ella salió con la solemnidad que la Reina
de Andalucía, la Señora, que es cuna de la devoción a María en nuestra tierra,
se merece.
¿Cómo
describir en un artículo lo vivido ayer?
¿Cómo
relatar los sentimientos encontrados, las lágrimas derramadas, los sueños superados
por una realidad que nos llevaba, como la marea de gente que iba delante de
Ella, hasta su casa?
Sencillamente
no puedo contar con palabras cómo octubre se convirtió en el último domingo de
abril más bello. Cómo los forasteros abrieron su alma cuando se encontraron con
su mirada, por el que es su pueblo, por el que Ella pasa. Cómo las Cofradías
Filiales orgullosas antecedían a la que es su Madre, en el que es, su Reino. Cómo
las Hermandades de Pasión y Gloria de la Ciudad se postraban, por ver pasar a
su Patrona tan cerca de sus Templos. Cómo a la Cofradía Matriz, no le cabía más
orgullo en su corazones azules y blancos, y daban luz e incienso al Redentor
que nos bendecía desde los brazos maternales, de la Madre de los andujareños.
Andújar,
ayer, y como todos estos días en los que la Reina de Sierra Morena está en el
Templo, que es mi casa, desde que Ella me llamó para venerarla como Esperanza
de un pueblo, era el epicentro del marianismo andaluz, del marianismo de un
país, que con su morena, que con su Rosa de Oro Vaticana, que con su Señora de
abril, se vuelve loca, loca por la Soberana de las alma.
Y
es que, Andújar, Ciudad Muy Mariana, vibró con el anuncio de que su Madre
bajará a su tierra, para pasearla por las ciudades y los pequeños pueblos, que
en duermevela quedaron anoche por verla como Reina. Andújar, se emocionó al
saber que en el octavo centenario de su Aparición al pastor de Colomera, Juan
Alonso de Rivas, tras ochos siglos de que la Señora eligiera el Cerro
andujareño para tener su casa, la casa de los romeros, de los devotos, de los
que nos enseñaron a quererla y a amarla, volveríamos a tenerla cerca de nuestros
hogares, cerca de los que sueñan con Ella y no pueden ver su mirada.
Un
Pontifical “de dulce”, con el Nuncio de su Santidad a los pies de la Soberana,
con nuestro Obispo de Jaén, con tantos Obispos y Clero que no quisieron dejar
de celebrar la Liturgia de la Palabra en el centro de la Plaza de España, con
un marco incomparable. No habrá lugar mejor para hacer de la plaza, una
Catedral decorada con nubes, y con el sol que traspasaba la torre de San
Miguel, haciendo brillar sus campanas.
Y
yo me quedo con los cánticos por sevillanas, desde los balcones de las casas
engalanadas. Yo me quedo, con las “petalás”, las calles exornadas, la infinita
gente que, con Ella, iba por las calles, que majestuosas abrían paso a la
Señora. Yo me quedo con la mirada de los pequeños, gritándole vítores a su Madre, que por vez primera la han visto
pasear por las calles donde ellos juegan por las tardes.
Yo
me quedo, con la lagrimas desenfrenadas de los ancianos, con las conversaciones
eternas de ellos con Ella, ¿Qué te habrán “contao”
Señora? ¿Qué recuerdos te habrán “mecionao”,
de Bajadas antiguas? Y seguro te habrán dicho: “gracias Madre, pues tu pueblo
siempre, contigo, se desborda”.
Me
quedo con los enfermos, que desde sus sillas de ruedas, desde los balcones,
desde las callejuelas, lloraban deconsolados al ver tu mirada, al ver tu semblante
bañadito de oro, de oro porque eres su Reina. Con ellos me quedo, me quedo,
cuando me cogían el bendito paño de la bandera, y lo besaban mientras lloraban,
mientras abrazaban su medalla, la estampa donde está Ella impregnada, y sus lágrimas
bordaban nuevas historias y plegarias en los altos damascos que anteceden a la
dueña de nuestras horas, a la dueña de nuestras vidas.
Y
me quedo, me lo van a permitir, con la calle de mi Virgen, la calle de mi
Esperanza. Cabeza y Esperanza, una misma Madre y un mismo amor.
Qué
momento nos regaló la Señora, cuando mi Hermandad de la Esperanza te recibía en
tu calle, con un ramo de flores te entregaban la fe de unos hermanos y hermanas
que por ti trabajan para que, el Jueves Santo, brilles como ayer brillaste en
tu andas.
Qué
momento nos regaló la Soberana, cuando quiso mirar al cielo en la esquina de la
calle que lleva el nombre de aquel que al lado de tu peana, estaba.
Tu
pueblo en plegaría, entonó “Hermano del camino”, y con lágrimas desenfrenadas,
con un reguero de infinita gente apelmazada, almas con almas, por tu calle, la
de la Esperanza, por los siglos de los siglos supiste que íbamos a estar a tus
plantas. Tu ciudad, tus visitantes, tu devoción te cantó sevillanas, y llegaste
a Santa María como la Reina que vuelve a su casa, entre campanas repicando,
entre fuegos artificiales que decoraban la noche, y alumbraban en aquella
plaza, entre banderas que tremolaron para rezarte por los que faltan, entre tu
Hermano Mayor que orgulloso gritaba sin perder tu mirada, entre el Estandarte
de mi Hermandad Matriz que agradecía a
sus hijas filiales, a sus Cofradías andujareñas, el estar tan cerca de Ella en
un día que se nos ha quedado grabado en el alma, entre tus anderos, que
incasablemente te llevaron sobre una nube de sueños, sobre una nube de almas,
desde que saliste cuando el Ángelus se rezaba, y te mandaron al cielo, muy alto,
cuando llegaste de nuevo a tu casa.
Y la Torre del Reloj y las antiguas casas del
viejo arrabal andujareño, eran testigos,
una vez más, de lo grande que es cuando Tú Reinas entre las calles de tu pueblo.
¡Gracias
Madre, por regalarnos un día que se ha quedado grabado, con letras doradas, en
los corazones de los devotos, que ayer contigo abrieron su alma!
¡Viva la Virgen de la Cabeza!
Artículo: Jorge Cecilia
Director de Abril Romero
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