Hoy las lecturas de
la liturgia nos invitan a hacer una reflexión sobre lo que decimos y lo que
somos, es decir, sobre el uso de las palabras..., ya que la palabra humana
puede servir para revelar y mostrar el interior de las personas, pero puede
servir también para velarlo y expresar incluso todo lo contrario de lo que
pensamos, sentimos y somos en realidad.
El lenguaje, por lo
tanto, puede actuar como un cristal muy limpio, o como un cristal sucio, que
hasta puede servir para deformar lo que hay verdaderamente en el corazón de las
personas. De hecho, me atrevo a decir que no se puede decir que ninguno seamos
perfectamente transparente y que, como decía el señor Alfonso Falcón, de mi
pueblo, «cada cual sabe sus cosas».
Así, el texto de la
primera lectura, del libro de Sirácida, nos ha animado a analizar ya poner a
prueba el lenguaje de las personas para evaluarlo, como el labrador somete el
grano a la criba y el alfarero la vasija al horno, para acabar con un consejo
muy propio de la gente del campo: la imagen del buen fruto, que
garantiza que el árbol ha sido bien cultivado.
San Pablo, por su
parte, nos ha animado a mantenernos firmes y constantes; y el evangelio, en el
que Jesús se sirve también de la imagen del árbol para referirse también
a los buenos frutos que han de producir sus discípulos, aborda más abiertamente la reflexión sobre la coherencia entre nuestras
palabras y nuestras acciones; en la necesidad que tenemos de dar frutos de
santidad sin adornarnos de una piedad falsa y ridícula.
Pues bien, todas estas palabras de Jesús tienen el objetivo
de llevarnos a la decisión de trabajar nuestro corazón, la interioridad
profunda de cada uno de nosotros para que vivamos dando buenos frutos. Y para
eso, pues es necesario que trabajemos nuestro interior, el centro de nuestros
deseos, proyectos, amores, odios, para que todo vaya deviniendo en un tesoro de
bondad que nos haga vivir según el Evangelio.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude para que seamos
capaces de ver a cada persona y al mundo con los mismos ojos de Jesús y
convertirnos así en auténticos discípulos del Maestro.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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