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sábado, 26 de febrero de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLV). Domingo VIII del Tiempo Ordinario.

 


Hoy las lecturas de la liturgia nos invitan a hacer una reflexión sobre lo que decimos y lo que somos, es decir, sobre el uso de las palabras..., ya que la palabra humana puede servir para revelar y mostrar el interior de las personas, pero puede servir también para velarlo y expresar incluso todo lo contrario de lo que pensamos, sentimos y somos en realidad.
El lenguaje, por lo tanto, puede actuar como un cristal muy limpio, o como un cristal sucio, que hasta puede servir para deformar lo que hay verdaderamente en el corazón de las personas. De hecho, me atrevo a decir que no se puede decir que ninguno seamos perfectamente transparente y que, como decía el señor Alfonso Falcón, de mi pueblo, «cada cual sabe sus cosas».
Así, el texto de la primera lectura, del libro de Sirácida, nos ha animado a analizar ya poner a prueba el lenguaje de las personas para evaluarlo, como el labrador somete el grano a la criba y el alfarero la vasija al horno, para acabar con un consejo muy propio de la gente del campo: la imagen del buen fruto, que garantiza que el árbol ha sido bien cultivado.
San Pablo, por su parte, nos ha animado a mantenernos firmes y constantes; y el evangelio, en el que Jesús se sirve también de la imagen del árbol para referirse también a los buenos frutos que han de producir sus discípulos, aborda más abiertamente la reflexión sobre la coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones; en la necesidad que tenemos de dar frutos de santidad sin adornarnos de una piedad falsa y ridícula.
Pues bien, todas estas palabras de Jesús tienen el objetivo de llevarnos a la decisión de trabajar nuestro corazón, la interioridad profunda de cada uno de nosotros para que vivamos dando buenos frutos. Y para eso, pues es necesario que trabajemos nuestro interior, el centro de nuestros deseos, proyectos, amores, odios, para que todo vaya deviniendo en un tesoro de bondad que nos haga vivir según el Evangelio.
Pidámosle a la Virgen María que nos ayude para que seamos capaces de ver a cada persona y al mundo con los mismos ojos de Jesús y convertirnos así en auténticos discípulos del Maestro.

 Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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