Las lecturas de este domingo empiezan con una perspectiva
optimista, pues afirman que Dios quiere la salvación, no sólo del pueblo
elegido de Israel, sino de todas las naciones. Nos lo dice claramente la página
de Isaías que escuchamos en la primera lectura. En ella el profeta anuncia que,
desde costas lejanas y de todos los países, vendrá gente a adorar al Dios
verdadero; y que todos están destinados a su Reino.
Y el mismo Jesús, en el evangelio, recuerda que vendrán de
Oriente a Occidente a sentarse en la mesa del Reino de Dios.
Pero ojo, porque el mismo Jesús nos invita también a saber
conjugar la misericordia universal de Dios con la exigencia de la respuesta
personal de cada persona a ese amor. Mirad. Jesús no quiere engañar a nadie, y
deja bien claro que lo que vale, cuesta. Que sí. Que Dios quiere salvarnos. Eso
está fuera de toda duda. Dios quiere salvarnos. Pero quiere salvarnos con la
condición de que le demos una respuesta clara de fe y de vida auténtica. Por
eso nos habla de entrar por la puerta estrecha, o de una puerta que se cierra,
con el riesgo de que nos quedemos fuera.
Seguro que la respuesta de Jesús no debió ser cómoda para
los judíos, que se creían salvados por el simple hecho de ser judíos. Pero la
cosa está en que tampoco puede ser agradable para nosotros, los cristianos,
pues nos está diciendo que no basta con estar pertenecer a la Iglesia, sino que
depende también de la respuesta vital de fe que demos cada uno de nosotros a
Dios. El seguimiento de Jesús es exigente. No se salva el que dice “Señor,
Señor”, sino “el que hace la voluntad del Padre”.
Por tanto, el estar bautizados, o el rezar, o el acudir a
Misa nos ayudan mucho, y son necesarias... son necesarias... Pero no bastan por
sí mismas, ni son garantía segura de éxito; sino que nos están invitando a que
sigamos trabajando, a que nos mantengamos despiertos, para que nuestra vida sea
conforme al evangelio. Porque al fin y al cabo, la salvación es un don, un
regalo que Dios nos hace. Un regalo al que podemos decir sí o no. Pero no de
boquilla, sino con acciones.
Pidámosle, pues, a
la Virgen María, puerta del cielo, que nos ayude a cruzar siempre la puerta que
acoge a todos los que se dejan abrazar por su amor. Y no nos olvidemos de lo
que siempre ha venido enseñando la Iglesia: que la verdadera devoción a la
Virgen María, pero la verdadera, eh, no la de postureo, es señal de
predestinación a la vida eterna.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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