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sábado, 29 de octubre de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXXIX). Domingo XXXI del Tiempo Ordinario


Tras leer el evangelio de  hoy, podemos decir que Zaqueo era un hombre «bajo» en un doble sentido: tanto por ser bajo de estatura, y por lo bajo que había caído en la vida. Era jefe de publicanos, lo cual quiere decir que era el ser más despreciable de la zona, pues se enriquecía a costa de aprovecharse y de oprimir a otros. O sea, que era una persona que había tocado fondo en la injusticia, en la falta de respeto a los demás, en la falta de escrúpulos y de valores...

De hecho se sube al sicomoro, sea, a una higuera, no porque le interese encontrarse con Jesús, sino porque quería verlo por curiosidad, y si no se ponía por encima de los demás, no lo podría ver por lo bajito que era.

Pero Jesús aprovecha esa situación para darle la vuelta a la tortilla, y conseguir la conversión de aquel hombre, ofreciéndole su amistad, a pesar de todas las críticas de los considerados como buenos. Es más, Jesús celebra que la salvación haya entrado en casa de Zaqueo, «pues también este es hijo de Abrahán».
Pues bien, esta oferta de amistad con los pecadores para conseguir su conversión es una constante en la vida y ministerio de Jesús; es un elemento distintivo de su forma de hacer y un rasgo revelador de su identidad: «Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar ya salvar lo que estaba perdido».

Y hay un último aspecto a tener en cuenta, y es que la conversión de Zaqueo no es una conversión meramente interior, sino que sucede para reparar todo el mal que había hecho con su afán de riqueza, pues como el mismo Zaqueo dice, la mitad de sus bienes se la daría a los pobres; y aún iba más allá, puesto que se proponía restituir cuatro veces más a los que hubiera defraudado.

Bueno, pues Jesús, también hoy, se acerca a personas por las que nadie daría ni un céntimo, personas por las que nadie apostaría nada... Pero Jesús, por esas personas, está dispuesto a apostarlo todo, ofreciéndoles su vida, su perdón, su amistad... Y entre esas personas también podemos estar nosotros. La cosa está en que seamos capaces de trepar a una higuera para decirle a Cristo que pasa que en nuestra casa tiene sitio para quedarse.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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