Tras leer el evangelio de
hoy, podemos decir que Zaqueo era un hombre «bajo» en un doble sentido:
tanto por ser bajo de estatura, y por lo bajo que había caído en la vida. Era
jefe de publicanos, lo cual quiere decir que era el ser más despreciable de la
zona, pues se enriquecía a costa de aprovecharse y de oprimir a otros. O sea,
que era una persona que había tocado fondo en la injusticia, en la falta de
respeto a los demás, en la falta de escrúpulos y de valores...
De hecho se sube al sicomoro, sea, a una higuera, no porque
le interese encontrarse con Jesús, sino porque quería verlo por curiosidad, y
si no se ponía por encima de los demás, no lo podría ver por lo bajito que era.
Pero Jesús
aprovecha esa situación para darle la vuelta a la tortilla, y conseguir la
conversión de aquel hombre, ofreciéndole su amistad, a pesar de todas las
críticas de los considerados como buenos. Es más, Jesús celebra que la
salvación haya entrado en casa de Zaqueo, «pues también este es hijo de Abrahán».
Pues bien, esta
oferta de amistad con los pecadores para conseguir su conversión es una
constante en la vida y ministerio de Jesús; es un elemento distintivo de su
forma de hacer y un rasgo revelador de su identidad: «Porque el Hijo del hombre
ha venido a buscar ya salvar lo que estaba perdido».
Y hay un último
aspecto a tener en cuenta, y es que la conversión de Zaqueo no es una
conversión meramente interior, sino que sucede para reparar todo el mal que
había hecho con su afán de riqueza, pues como el mismo Zaqueo dice, la mitad de
sus bienes se la daría a los pobres; y aún iba más allá, puesto que se proponía
restituir cuatro veces más a los que hubiera defraudado.
Bueno, pues Jesús,
también hoy, se acerca a personas por las que nadie daría ni un céntimo, personas
por las que nadie apostaría nada... Pero Jesús, por esas personas, está
dispuesto a apostarlo todo, ofreciéndoles su vida, su perdón, su amistad... Y
entre esas personas también podemos estar nosotros. La cosa está en que seamos
capaces de trepar a una higuera para decirle a Cristo que pasa que en nuestra
casa tiene sitio para quedarse.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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