En nuestro vocabulario actual, decir que alguien es
un fariseo, es decir que esa persona a la que nos referimos es un hipócrita.
Pero en la Biblia no es así, porque en el pueblo de Israel, un
fariseo era una persona respetada por todos y reconocida por ser un cumplidor
ejemplar de la Ley de Moisés.
En cambio, un publicano era lo peor de lo peorcico,
pues era un cobrador de impuestos al servicio de los romanos, un traidor de su
pueblo, un pecador.
Pues bien. El evangelio de hoy nos muestra a estas
dos personas, tan distintas entre sí, que se disponen a hacer algo bueno,
porque ir a rezar al templo es algo bueno.
¿Pero cómo rezan?¿Cómo se dirigen a Dios? El
evangelio nos muestra como el fariseo, orgulloso, de pie ante Dios, hace una
exposición detallada de sus méritos personales y expresa su desprecio hacia
«los demás hombres»; y en cambio, el publicano, sin atreverse a levantar los
ojos al cielo, expone el motivo de su necesidad de ser compadecido y perdonado,
y golpeándose en el pecho expresa: «¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador».
Entonces Jesús suelta su sorprendente sentencia:
solo el publicano vuelve a su casa habiendo sido perdonado, y el fariseo no. Y
es que el fariseo desde su prepotencia pide cuentas a Dios, le habla de tú a
tú; se cree tan bueno que no necesita ser perdonado de nada. Sin embargo, el
publicano, desde su indigencia, reza a Dios y pide compasión.
Pues bien, nosotros hemos de darnos cuenta que
tanto el fariseo como el publicano conviven en lo más profundo de nuestro
corazón; puesto que todos tenemos dentro a ese fariseo orgulloso que se
considera justo ante Dios y mejor que sus hermanos, porque como ni mata ni roba
ni hace mal a nadie, no tiene pecados; y también tenemos aquel publicano que
reconoce su debilidad y su pecado, necesitado de la compasión y el perdón de
Dios. Por tanto, hermanos, Jesús nos avisa de que debemos velar para que
nuestra oración, que es la expresión de nuestra actitud ante Dios y los
hermanos, no se haga desde la prepotencia del fariseo, sino desde la necesidad del
publicano; así tendremos la certeza de que esta plegaria es escuchada.
Bueno, pues desde esta perspectiva podemos leer la
segunda lectura, en la que Pablo, quien era fariseo, y siempre estuvo orgulloso
de ser fariseo, y que no solo menospreció, sino que también persiguió a los
cristianos, reconoce el valor de haber sido ganado por Cristo y la voluntad de
que la muerte que espera suponga un encuentro definitivo con Él.
Y cambiando de tercio, pues no podemos olvidar que
hoy es el DOMUND, el Domingo Mundial de las misiones, un día especial para que
pidamos por los misioneros que hacen de su vida un anuncio del evangelio, y que
necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo económico para que su tarea
evangelizadora obtenga fruto.
Pues que la Virgen María nos ayude para que
evangelicemos con nuestra vida, con nuestras obras y con nuestra oración
sencilla y humilde, dando testimonio del amor de Dios viviendo el compromiso de
nuestra fe.
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