Las parábolas de la semilla que
germina por sí sola y la del grano de mostaza que de la pequeñez alcanza la
grandeza que escuchamos hoy en el evangelio y el pequeño esqueje plantado, de
la primera lectura, que se convierte en un árbol frondoso, pretenden resaltar
el contraste entre lo poco que el ser humano tiene que hacer para la llegada
del Reino de Dios y lo mucho que hace Dios mismo.
Y es que los resultados de la
siembra no dependen tanto de nuestras capacidades, cuanto de la acción de Dios.
A nosotros nos toca trabajar y esperar. Mirad,
Jesús
no quiere descorazonar a sus discípulos, tampoco a nosotros. Por eso nos habla
de cosas tan pequeñas, de las más sencillas e intrascendentes. San Pablo nos lo
decía en la segunda lectura que hemos escuchado: «Nos esforzamos en agradarlo».
Es decir, nuestra vida tiene que ser sencilla, porque precisamente allí se
revela el Reino de Dios y allí se da a conocer plenamente su voluntad. Allí
comienza a crecer lo que debe acabar siendo el Reino de Dios entre nosotros. Ese
Reino de Dios que crece sin demasiadas explicaciones, sin demasiados
programas. Nos lo remarca Jesús al
decir que hay un hombre que siembra y que,
mientras él duerme o está despierto, la semilla va siguiendo su curso, va
creciendo y dará fruto en el momento de la cosecha.
Y a ver... no vamos a negar que e
s
cierto que muchas veces querríamos experimentar en nosotros y en nuestro
pueblo
ser
como el gran árbol en que los pájaros anidan, y nos tenemos que conformar
quizás con ser siempre como pequeñas semillas, destinadas a crecer lentamente,
sin ver demasiado los frutos. ¡Sí! Querríamos ver el fruto de una vida ejemplar
y llena de virtudes, los frutos de la catequesis, los frutos de una Iglesia
misionera y con vocaciones en los diversos ministerios, querríamos ver una
Iglesia acogedora y llena de amor hacia los otros; una Iglesia en que abunde la
caridad para con los más pobres y llena de comprensión hacia los más
desorientados; querríamos ver una Iglesia donde todos encontraran su sitio,
donde se sintieran acogidos y miembros de pleno derecho. Querríamos una Iglesia
que ofreciera sombra y que la Buena Nueva del evangelio llegara a transformar
nuestras estructuras sociales, materialistas y llenas de intereses, donde las
personas demasiadas veces no cuentan.
Pero, mira, por lo visto
nos tendremos que conformar con ser siempre pequeñas semillas, como la del
grano de mostaza, semillas que pasan desapercibidas en nuestro mundo. Semillas
que no acaban de arrancar porque no tenemos una tierra bien dispuesta, porque
hay una fuerte sequía de espiritualidad que no las deja crecer. Esta es nuestra
pobreza, pero también nuestra riqueza, porque no somos lo que queremos ser,
sino que nos tenemos que conformar con ser una pequeña semilla que
prácticamente no se ve ni se conoce. Por eso la palabra de Dios de este domingo nos
previene contra la impaciencia y el desánimo al no percibir un crecimiento
rápido del Reino de Dios.
Pues pidámosle a la Virgen
María y, por qué no, a San Antonio, a quien hemos celebrado esta semana, que
vivamos con la confianza de saber que el reino de Dios está en marcha; que es
Él quien lo hace germinar y crecer; y que sepamos poner cada uno aquello que
nos toca, que es sembrar y esperar sin cansancio ni desánimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, bienvenid@ a Abril Romero. Deje su mensaje o saludo.