
Seguramente que a lo largo de la vida todos hemos experimentado
dificultades, problemas, y situaciones comprometidas; y querríamos –por no
decir que, no pocas veces, llegamos a exigir– que Dios apareciese y nos
solucionase las complicaciones. Pero las cosas... Las cosas no van por ahí. Si
cogemos ese camino, mal. Mal, porque iremos muy, pero que muy equivocados.
Mirad, el evangelio de hoy nos cuenta una experiencia de auténtico
miedo de los discípulos. Es significativo que los apóstoles, los discípulos y
tanta gente que convivieron con Jesús pudieron vivir de cerca un montón de
cosas extraordinarias y maravillosas, y a pesar de todo, los vemos dudando,
llenos de miedo, escondiéndose cuando llega la Pasión... Y esto nos ha de cuestionar.
Nos ha de cuestionar, porque quizá nos podríamos plantear que también hoy
necesitásemos alguna señal espectacular, ya que entonces sería más fácil creer
y comunicar nuestra fe.
La primera lectura que hemos escuchado hoy va en esta línea. Nos muestra
como el profeta Elías está huyendo. Es perseguido por ser fiel a lo que el
Señor le pide, y recibe la promesa de su visita. Todo lo que experimenta son
signos tradicionales y majestuosos de la aparición de Dios: un viento
huracanado, un terremoto, fuego...; pero allí no estaba Dios.
Y resulta que Dios se hace presente en un viento suave, como un susurro,
una forma discreta, casi imperceptible, que nos invita a estar atentos, ya que
no se impone por la fuerza y nos podría pasar desapercibido si no lo acogemos y
distinguimos en el silencio. Hoy os invitaría a que cada uno repasásemos nuestra
historia personal y, haciéndolo, seguramente nos daremos cuenta de que el Señor
va acompañando nuestros pasos en el día a día, actuando lejos de la
espectacularidad.
Por eso, ahora, ahora mismo, Jesús nos está diciendo a gritos en el
silencio: ¡Qué poca fe tenéis!¿Por qué estáis dudando? Y ahí está el problema. Que
a lo mejor buscamos que Dios actúe de forma espectacular, y Él, salvo muy
contadas excepciones, no lo hace. Él lleva su ritmo y su marcha. Por eso no
tenemos que ser cagaprisas, y darnos cuenta que aunque los vientos y las olas
vengan en nuestra contra, Cristo está con nosotros, y nunca permitirá que nos
hundamos, nunca; como no permitió que Pedro se ahogase cuando, asaltado por las
dudas, dudó de Él.
Pues que la Virgen María nos ayude, para que nos armemos de coraje, y
en medio de los problemas y dificultades de la vida seamos capaces de sentir a
Cristo a nuestro lado, apoyándonos, y tengamos el valor y la fe de decirle: «Realmente eres el Hijo de Dios».
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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