Pues bien, el Espíritu Santo, Mano actuante del Padre y Don de dones espléndido, sigue aleteando hoy sobre la faz de la tierra, renovándola constantemente como un viento suave que lo llena todo y lo ventila todo. Y es que el Espíritu Santo es Luz que viene del cielo a iluminar las oscuridades del alma, la oscuridad del pecado, y a dejar relucir la verdad. El Espíritu Santo es Huésped que viene a habitar en la morada del corazón para ir conformándolo con la voluntad de Dios. El Espíritu Santo es ese Agua tan necesaria para la tierra del corazón humano, tan sediento de amor. El Espíritu Santo es Fuego, que ilumina y calienta, que quema lo malo y purifica lo bueno. El Espíritu Santo es el Consolador que, en estos tiempos de tanto sufrimiento viene a enjugar las lágrimas de tantos y tantos rostros...
Dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine y fortalezca para que seamos capaces de superar frustraciones y desánimos, y nos haga vivir convencidos de que es posible caminar en la vida viviendo el Evangelio de Jesucristo, y que, como los Apóstoles, seamos testigos de Cristo en medio del mundo con nuestras palabras y nuestras obras.
Mn. Ramón Clavería Adiego.
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