Fijaos. Es muy común que la gente diga que no necesita ir a la iglesia para rezar. Es cierto. Cada uno puede rezar donde le dé la real gana. Pero si queremos encontrarnos con Jesús resucitado, tenemos que hacerlo en comunidad. Porque, como Él mismo anunció antes de su muerte y resurrección, donde dos o más estamos reunidos en su nombre, ahí está Él en medio de nosotros. Y es lo que ocurre. Los discípulos estaban reunidos, nos dice el evangelio, pasmados de miedo, pero el que Jesús resucitado se les aparezca es algo que les llena de alegría y les rescata del miedo y de la tristeza en que se hallaban.
Pues bien, también hoy nosotros estamos invitados a vivir el gozo que sintieron los apóstoles cuando fueron visitados por el Señor en la misma tarde de la resurrección y recibieron el don de su paz y de su Espíritu; gozo que volvieron a experimentar en el octavo día –que vendría a ser el día de hoy, ocho días después de la Pascua-, cuando Jesús se hizo nuevamente presente ante sus discípulos que se hallaban reunidos de nuevo.
¿Y por qué insisto en la necesidad de estar en comunidad para encontrarnos con Jesús? Mirad; el ejemplo lo tenemos en Tomás. El primer día no estaba junto a los apóstoles, y no se creía lo que le decían. ¿A qué os suena?¿No os recuerda a tantas personas que no creen en lo que se les dice, que no aceptan la palabra de Dios, y que exigen pruebas por todas partes? Pero Jesús se las dio. Me habría gustado ver la cara de Tomás cuando se les apareciera Jesús aquel día... se quedaría con la boca abierta, pálido, a cuadros.... Su cara sería un poema.
Pero me gustaría que nos fijásemos en la bienaventuranza que proclama Jesús: «Bienaventurados los que crean sin haber visto». ¿Creemos? Os lo pregunto ¿Creemos? Pues si creemos en que Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado y vive para siempre, Jesús mismo nos está llamando bienaventurados.
Vivamos, pues, nuestra fe en comunidad, que por libre, nada se consigue. Valoremos este momento de encontrarnos con Él en la Eucaristía de cada domingo, escuchando su Palabra y comulgando su Cuerpo y su Sangre –que, por cierto, os recuerdo el mandamiento de comulgar por Pascua; y que nos se puede hacer de cualquier manera.... Nunca se puede comulgar de cualquier manera, sino que siempre, siempre, hay que comulgar en gracia de Dios. Lo contrario es un sacrilegio-.
Pidámosle, pues a María, que nos ayude y anime a encontrarnos cada semana con su Hijo resucitado para celebrar la Eucaristía, sacramento de su presencia en medio de los suyos, en el día llamado, con razón, Domingo, Día del Señor.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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