Toda la historia de la salvación evidencia un enfrentamiento
ininterrumpido entre el misterio de las tinieblas y el misterio de la luz,
disputándose la vida de los hombres. El misterio de las tinieblas son todos
aquellos episodios cargados de rebeldías e infidelidades que traen a Israel
grandes padecimientos y el posterior lamento y súplica. Y el misterio de la luz
lo integra el designio amoroso de Dios, que nos ofrece la salvación y la
santidad; su Palabra, que nos ilumina, su gracia, que nos santifica.
Así, en la primera lectura, tomada del segundo libro de las
Crónicas, se interpreta la cautividad en Babilonia como el resultado de la
infidelidad del pueblo a Dios y a su alianza, y su negativa a escuchar a los
profetas. Pero, por encima del pecado del pueblo, resplandecerá la misericordia
de Dios que les restituye la libertad y les permite restaurar el templo,
símbolo de su presencia permanente en medio de ellos.
Por su parte, san Pablo, en la segunda lectura, de la carta
a los Efesios, destaca de nuevo la acción redentora de la misericordia de Dios,
que nos salva por pura gracia en virtud de la muerte y resurrección de Cristo;
siendo la fe, como don gratuito de Dio, la garantía de esta salvación que Dios
ofrece a toda la humanidad.
Y en el evangelio, Jesús anuncia a Nicodemo su entrega
sublime en la cruz, la cual será causa de vida eterna y de salvación para todos
los que crean. Mirad, el encuentro de Jesús con Nicodemo, representante de todo
el pueblo judío, tiene una importancia de primer orden en el cuarto evangelio,
pues Jesús, tras subrayar la importancia de un nuevo nacimiento por el agua y
el espíritu, es decir, por el Bautismo, se presenta como el único que puede
revelar el amor infinito de Dios por la humanidad, amor que espera por parte
del hombre la respuesta de la fe para poder experimentar la vida de Dios. Pues
bien, ese amor es el que ha llevado al Padre a entregar a su propio Hijo a la
muerte más infame en el madero de la cruz. Y Jesús deja claro que la luz, signo
de la acción de Dios, vencerá sobre la tiniebla, declarando el mal presente en
el mundo y destruyéndolo para siempre.
Pues que la Virgen María nos ayude, para que mostrando
ilusión y compromiso con nuestra fe, podamos dar testimonio del gozo que Dios
ofrece a sus hijos, y contribuir a transformar nuestro mundo y hacer nuevas
todas las cosas.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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