En la primera lectura vemos como el Señor entrega a Moisés
los mandamientos como el fundamento de la ley que sostiene la alianza con su
pueblo elegido. A través de ellos se realiza una relación nueva basada en la
libertad, la fidelidad y el amor permanente con Dios y con los hermanos. Es,
como nos dice el salmo responsorial, una ley perfecta y verdadera que indica el
camino a la vida eterna.
Pues bien, la entrega de la ley a Moisés y al pueblo es un
momento decisivo de la revelación de Dios y de su alianza. La escena de Jesús
en el templo se aplica también a la ley: Él la purifica. Jesús revela que la
verdadera vida no consiste simplemente en cumplir unas normas, que hay que
cumplirlas, sino en tener un corazón nuevo, en vivir un espíritu interior en
comunión con su Espíritu, que lo lleva a la fidelidad hasta la muerte y la
resurrección.
Mirad, después de haber visto estos domingos anteriores en
el Evangelio la experiencia espiritual del desierto y de la transfiguración, el
resto de los domingos de Cuaresma se nos proponen textos que nos presentan
catequesis sobre el misterio pascual. Así pues, la expulsión de los vendedores
del templo es una ocasión para que Jesús lo reivindique como casa de oración
–casa de oración, eh... no casa de conversación. Casa de oración–, a la par que
revela el triunfo del misterio de su muerte y resurrección cumplido en su
propio cuerpo, verdadero templo donde habitará por siempre la gloria de Dios
para el mundo. A partir de ahora, la presencia de Dios no tendrá lugar ya en un
edificio de piedra, sino en la persona misma de Jesús. Y de hecho, el templo de
Jerusalén fue destruido pocos años después... y así sigue hoy, derruido,
quedando solo en pie el muro de las lamentaciones, porque el nuevo templo de Dios,
insisto, el nuevo templo es Jesucristo.
Vamos, pues, a seguir caminando hacia la Pascua. Caminando
siendo conscientes de que con Jesús tenemos línea directa con Dios; y teniendo en cuenta que los proyectos de Dios,
por incomprensibles que parezcan, son siempre más sabios y eficaces que los
proyectos de los hombres; pues sólo la palabra de Dios es fuente de verdadera
sabiduría, fuente de salvación, una salvación que deriva de la misteriosa
locura de la cruz.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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