Las lecturas de hoy señalan los signos que evidencian la
llegada del Reino de Dios. El evangelista san Marcos resalta la misericordia de
Jesús ante el sufrimiento humano, pero no como una actitud humana, sino para
mostrarnos el poder que el Hijo del Hombre recibe de quien lo envía para
librarnos de la peor enfermedad, que es el pecado.
Mirad... la primera lectura nos cuenta como los leprosos
eran prácticamente unos muertos andantes, seres que debían vivir aislados,
porque eran impuros y transmitían esa impureza. Era un auténtico drama. Bueno,
pues uno de los dramas de nuestro tiempo es que muchos no se sienten queridos.
Se sienten, en cierto modo, como los leprosos en tiempos de Jesús, aislados de
todo y de todos.
Pero fijaos... nuestro Dios, el Dios que nos revela
Jesucristo, no es un dios neutral... no es una especie de energía ajena a
nuestra vida, que de tanto en cuando se activa, no. Nuestro Dios es un Dios que
nos busca, que toca nuestras heridas y se compadece de nuestra enfermedad...
Qué bien nos viene recordar esto hoy, día de la Virgen de Lourdes: nuestro Dios
viene a curarnos. ¡Quiere curarnos! Pero la enfermedad principal que tenemos es
el pecado, y el gran problema, es que no nos damos cuenta de que somos
pecadores. Como ni matamos ni robamos, no tenemos pecados ¿verdad? ... ¡Qué
buenos somos todos!... ¡Ay, qué ciegos vamos por la vida si pensamos así!
Porque un enfermo, para curarse, lo primero que tiene que admitir es que está
enfermo. Y si nosotros no reconocemos ni admitimos que nuestra alma está tocada
por la lepra del pecado... lejos estaremos de poder ser sanados. De verdad, ¿en
vez de ser tan cabezudos y soberbios como somos, no podríamos ser como aquel
leproso que, acercándose a Jesús, le suplicó que lo curase? No sabemos valorar
lo que tenemos. El desprecio que se vive al sacramento de la confesión es
preocupante, y denota una falta de conocimiento de la doctrina católica, y aun
peor, una gran falta de fe. Esa cerrazón por no confesarnos, nos impide
acercarnos realmente a Dios, que no es ajeno a nuestras necesidades, pero que
tampoco se deja reducir a nuestros caprichos y fantasías. Un Dios al que
rezamos, pero que también nos pide, como dice san Pablo, que seamos imitadores
de Cristo. Es un Dios tan pequeño como el menor de nuestros problemas, pero tan
grande que no se puede reducir a nuestros egoísmos ni a nuestras banalidades.
Es un Dios que se deja tocar... Sí, se deja tocar... Pero no se deja manipular.
Es el Dios que es amor, y que nos demuestra ese amor... ¡en la cruz!
Jesús quiere limpiarnos... ¡Dejémonos limpiar por Él!
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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