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viernes, 9 de febrero de 2024

REFLEXIONES DE LA PALABRA (CDXLII). Domingo VI del Tiempo Ordinario



Las lecturas de hoy señalan los signos que evidencian la llegada del Reino de Dios. El evangelista san Marcos resalta la misericordia de Jesús ante el sufrimiento humano, pero no como una actitud humana, sino para mostrarnos el poder que el Hijo del Hombre recibe de quien lo envía para librarnos de la peor enfermedad, que es el pecado.
Mirad... la primera lectura nos cuenta como los leprosos eran prácticamente unos muertos andantes, seres que debían vivir aislados, porque eran impuros y transmitían esa impureza. Era un auténtico drama. Bueno, pues uno de los dramas de nuestro tiempo es que muchos no se sienten queridos. Se sienten, en cierto modo, como los leprosos en tiempos de Jesús, aislados de todo y de todos.
Pero fijaos... nuestro Dios, el Dios que nos revela Jesucristo, no es un dios neutral... no es una especie de energía ajena a nuestra vida, que de tanto en cuando se activa, no. Nuestro Dios es un Dios que nos busca, que toca nuestras heridas y se compadece de nuestra enfermedad... Qué bien nos viene recordar esto hoy, día de la Virgen de Lourdes: nuestro Dios viene a curarnos. ¡Quiere curarnos! Pero la enfermedad principal que tenemos es el pecado, y el gran problema, es que no nos damos cuenta de que somos pecadores. Como ni matamos ni robamos, no tenemos pecados ¿verdad? ... ¡Qué buenos somos todos!... ¡Ay, qué ciegos vamos por la vida si pensamos así! Porque un enfermo, para curarse, lo primero que tiene que admitir es que está enfermo. Y si nosotros no reconocemos ni admitimos que nuestra alma está tocada por la lepra del pecado... lejos estaremos de poder ser sanados. De verdad, ¿en vez de ser tan cabezudos y soberbios como somos, no podríamos ser como aquel leproso que, acercándose a Jesús, le suplicó que lo curase? No sabemos valorar lo que tenemos. El desprecio que se vive al sacramento de la confesión es preocupante, y denota una falta de conocimiento de la doctrina católica, y aun peor, una gran falta de fe. Esa cerrazón por no confesarnos, nos impide acercarnos realmente a Dios, que no es ajeno a nuestras necesidades, pero que tampoco se deja reducir a nuestros caprichos y fantasías. Un Dios al que rezamos, pero que también nos pide, como dice san Pablo, que seamos imitadores de Cristo. Es un Dios tan pequeño como el menor de nuestros problemas, pero tan grande que no se puede reducir a nuestros egoísmos ni a nuestras banalidades. Es un Dios que se deja tocar... Sí, se deja tocar... Pero no se deja manipular. Es el Dios que es amor, y que nos demuestra ese amor... ¡en la cruz!
Jesús quiere limpiarnos... ¡Dejémonos limpiar por Él!

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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