Si bien es verdad que hoy comenzamos un tiempo que nos
prepara a la celebración de la Navidad de este año, también es cierto que en
esta primera etapa, hasta el día 16 de diciembre, se nos invita a mirar a la
venida definitiva de Cristo, tanto en la historia de la humanidad, al final de
los tiempos, como en nuestra historia particular, cuando nos toque a cada uno
el momento de encontrarnos cara a cara con Él.
Y es que toda nuestra vida es un Adviento que nos prepara al
encuentro definitivo con Dios. Un proceso continuo de conversión. Un proceso
con sus altibajos, sus vaivenes, sus idas y venidas... Y por eso hemos de estar
en constante vigilancia.
Y la palabra de Dios de este primer domingo de Adviento nos
llama a meditar sobre la necesidad de que Dios nos salve y a pedirle que venga
y nos llene de su gracia, a estar atentos. El evangelio de Marcos nos señala las
actitudes propias de este tiempo de Adviento, y nos invita a vigilar, a otear
el horizonte para estar preparados ante la presencia del Señor que ya llega.
Por su parte, San pablo nos invita a vivir aguardando la venida de nuestro
Señor Jesucristo, de la que no sabemos ni el día ni la hora. Por ello hemos de
estar vigilantes en la oración, acompañados por las buenas obras.
Pero mirad; me gustaría que nos fijásemos de un modo
especial en la primera lectura, de Isaías, la cual nos muestra la realidad que
vive el pueblo de Israel después del destierro. Es una sociedad que se ha ido
formando de espaldas a Dios. Es una sociedad que ha perdido la esperanza. Es
algo parecido a la sociedad de hoy día, en la que la ausencia de Dios es
patente. Por eso nuestro tiempo también se puede hacer la misma pregunta que se
plantea el profeta una vez vuelve del exilio y contempla la ciudad y el templo
en ruinas, y que, a buen seguro nosotros también nos la hemos hecho en más de
una ocasión, ante diferentes hechos, en nuestra vida: ¿Por qué nos extravías
del camino y endureces nuestro corazón para que no te tema?¿Por qué permites
que nos desviemos de tus caminos? ¿Por qué permites, Señor, tanta injusticia,
que siempre acaba recayendo sobre los mismos, los pobres? ¿Por qué los jóvenes
y tanta gente vive totalmente alejada de ti, sin que le importes lo más mínimo?
¿Por qué no arreglas de una vez este mundo, si todo lo puedes? Y
no sé vosotros, pero yo al menos, sí que le lanzo a Dios ese ruego de Isaías:
«Ojalá rasgases el cielo y bajases», porque, la verdad, es que uno ya está
cansado y harto de ver tanto mal y tanto dolor en el mundo y sobre todo, tanto
vacío de Dios.
Ahora bien, al final de la lectura, el profeta nos recuerda
a todos que Dios es nuestro Padre, el alfarero, y que somos todos obra de sus
manos. ¡¿Cuántas veces debemos volver a caer en la cuenta de la
necesidad que tenemos de que Dios vuelva a ponernos en sus manos, como alfarero
nuestro, para guiarnos por su camino?! Por eso en medio de nuestras
oscuridades, depresiones, angustias, hundimientos en la culpa... Él nos ofrece
nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación.
Bueno, pues pidámosle a la Virgen María, compañera especial
de camino en este tiempo de Adviento, que se abran los cielos y que podamos
gozar de ese Dios fiel, el Dios salvador. Porque somos su pueblo. Porque en
medio de las propagandas y confusiones de nuestro mundo, reconocemos que sólo
en Él está la auténtica salvación.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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