Nos acercamos al final del año litúrgico. Y las lecturas nos hablan del final de la historia
y la vuelta gloriosa de Cristo resucitado. La primera lectura nos invita a
buscar, encontrar y poseer la auténtica sabiduría; San Pablo nos recuerda la
suerte de los difuntos al final de los tiempos, y la parábola de las doncellas
nos propone estar siempre preparados, a estar alerta, porque no sabemos el día
ni la hora cuando volverá Jesús. Y esto supone vivir en alerta
continua, escudriñando en los acontecimientos cotidianos la voluntad de Dios,
dejando atrás nuestros intereses egoístas, y, con la ayuda del Señor, haciendo
frente a los males que nos acechan.
Así pues, tenemos que mantenernos vigilantes, porque el
Señor, como el esposo de la parábola, puede llegar cuando menos lo esperemos y
pillarnos fuera de juego. Por eso es importante que nuestra lámpara esté llena
del aceite de la gracia de Dios. Llena, y con reservas. Y no vale decir
simplemente que somos cristianos, que tenemos fe, que venimos a Misa o echarle
cara y decir que ya va éste u aquel por todos nosotros a Misa y ya está, no;
porque mirad, Jesús nos quiere dejar claro que la fe es una cuestión personal
y que cada uno debe dar cuentas de sus acciones concretas, por lo que la
pertenencia al Pueblo Escogido es la puerta de entrada a la salvación, pero
después cada uno es responsable de mantenerse en ese camino o no, por las obras
que lleve a cabo.
Y es importante también que tengamos en cuenta que la fe no
la vivimos en solitario, que no podemos decir que «yo tengo mi fe», no, porque
entonces corremos el riesgo de tener cada uno nuestra propia religión y
hacernos un Dios a nuestra medida. La fe la tenemos que vivir y que celebrar en
comunidad. Y esa comunidad es la Iglesia, la gran familia de los que creemos en
Jesús; comunidad que se hace presente en cada diócesis. Por eso hoy, al
celebrar el Día de la Iglesia diocesana, se nos recuerda que nuestra fe y
nuestro ser católicos no se termina en los muros de nuestra iglesia parroquial
o en los límites de nuestra parroquia, sino que pertenecemos a una diócesis, y
que todos los cristianos de nuestra diócesis, unidos a nuestro Obispo, sucesor
de los apóstoles, formamos esta Iglesia particular, y que en comunión con las
demás diócesis del mundo formamos la Iglesia universal, que es la Iglesia de
Jesucristo, la cual se encamina a través de los siglos hacia el encuentro con
su Señor.
Que la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia, nos
ayude a avivar en nosotros el sentimiento de pertenencia a la comunidad
diocesana y a colaborar con responsabilidad en sus necesidades manteniendo encendida
la lámpara de nuestra vida creyente, viviendo atentos a la llegada del Esposo
para salir a su encuentro cuando llegue.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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