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viernes, 3 de noviembre de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCXXIII). Domingo XXXI del Tiempo Ordinario.



En las lecturas de hoy vemos como tanto el profeta Malaquías como Jesús no se quedan cortos a la hora de criticar a las clases dirigentes de su tiempo por su hipocresía y por el modo interesado de llevar a cabo su cargo. Y eso que entre ambos escritos hay unos quinientos años de diferencia.
Claro, en esta época en la que los curas estamos en el candelero de las críticas, pues es fácil que al escuchar estas lecturas se carguen las flechas contra nosotros, sobre todo cuando vemos que el profeta les atiza fuerte por ser unos dejados en sus funciones y el mal ejemplo que daban; pero tenemos que caer en la cuenta que ninguno de nosotros estamos exentos de caer en las mismas contradicciones en las que cayeron muchos sacerdotes de Israel y en las que cayeron muchos escribas y fariseos, que no todos eran malos, eh, que en la Biblia salen también sacerdotes, escribas y fariseos buenos, y que en vez de buscar la gloria de Dios en todo lo que hacemos, hagamos las cosas para que nos vean y quedar bien, además de correr todos el riesgo de decir una cosa y hacer otra y, lo que es peor, ir de maestros y hacer que los demás hagan las cosas que nosotros no estamos dispuestos a hacer, que eso pasa mucho... Que podemos decir: “hay que hacer esto, aquello y lo otro”, o más concreto: “tienes” o “tenéis que hacer esto, aquello y lo  otro” y “lo tenéis que hacer así, así y asá”, y si no lo hacen como nos gusta, ya está mal hecho, pero que, a la hora de la verdad, el que dice o los que dicen esto no tiene o no tienen la más mínima intención ni interés por mover un dedo ni por hacerlo.
Por tanto, tenemos que tener claro que ninguno de nosotros somos maestros. Que somos discípulos. El único Maestro, con mayúsculas es Jesucristo, ya que sólo Jesucristo tiene la verdad plena. Y las enseñanzas del Maestro ya las sabemos. Pero tenemos que ser como la comunidad de Tesalónica, a la que san Pablo alaba en la segunda lectura ¿Por qué? Pues porque aquella comunidad ponía por práctica las enseñanzas del evangelio que san Pablo, quien por cierto, era fariseo, y estaba orgulloso de serlo, les había transmitido tanto de palabra como de obra.
Procuremos, pues, seguir las enseñanzas de Jesús, el Maestro, que nos invita a no buscar los primeros puestos o los privilegios, ni a ser reconocidos por los hombres, sino a vivir en humildad, lo cual siempre es costoso, trabajando por anunciar el Reino de Dios y acogiendo con el corazón abierto la Palabra de Dios que actúa constantemente en nosotros.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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