La celebración de este domingo todavía conserva el
resplandor de la Navidad y de la Epifanía, pues tras haber contemplado a Jesús
nacido en Belén, adorado por los Magos, y bautizándose en el Jordán, comenzamos
la primera parte de los domingos del Tiempo Ordinario –los domingos en los que
el cura se viste de verde, para que me entendáis-, que en algunos lugares se
llama “Tiempo de Epifanía”, en la que nos disponemos a profundizaren la vida
cotidiana el misterio de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.
Y las lecturas de hoy tienen como eje transversal la
invitación de Dios a toda la humanidad a asumir como propio el proyecto del
Reino. El texto que leemos en la primera lectura anuncia una salvación para
todas las naciones, no únicamente para el pueblo de Israel, y san Pablo inicia
su carta confirmando la universalidad del Reino de Dios; expresando lo que el
mensaje de salvación es para todos los que en cualquier lugar -y tiempo-
invocan el nombre de Jesucristo.
Pues bien, el evangelio manifiesta la universalidad de la
salvación de Dios por medio de la vida y misión de Jesús de Nazaret, visto como
un cordero cuyo sacrificio y cuya
sangre derramada otorga la liberación de la muerte, le da a la vida
consistencia y sentido; este es el cordero que Dios ofrece en la cruz y que
otorga la liberación del pecado a toda la humanidad ... Jesús es el
Siervo de Dios que tiene poder para iluminar y reconciliar a todo hombre.
Y es que Jesús es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús, con su muerte, no
cubre el pecado, no lo esconde; sino que lo remueve, lo borra, lo limpia... El
sacrificio de Cristo-Cordero nos alcanza el perdón de Dios, nos limpia del
pecado. Dios, gracias al sacrificio de Cristo, remueve, quita, lava, el pecado
en nosotros.
Mirad, la profecía de Isaías sobre el Siervo ya se cumplió
en el Calvario, pero se vuelve a actualizar en cada Misa, pues cada vez que
celebramos el sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra redención.
Que María nos muestre, pues, cada día y cada momento a
Jesús, el fruto bendito de su vientre que ha venido a liberarnos del pecado y a
traernos nueva vida.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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