Iniciamos
el año litúrgico con el inicio del tiempo litúrgico de Adviento, tiempo marcado
por la esperanza. La esperanza por la celebración de la primera venida del
Salvador al mundo, y esperanza por la segunda venida y la definitiva, en la que
llegarán el nuevo cielo y la nueva tierra.
Tiempo
de Adviento que este año se abre con la preciosa profecía de Isaías, anunciando
que Dios «juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos»; que
«de las espadas [se] forjarán arados, [y] de las lanzas, podaderas». Es una
profecía muy significativa que, ante los momentos que estamos viviendo
mundialmente, ofrece una respuesta a las incertidumbres de toda persona, con la
esperanza de que los males cotidianos desaparezcan de la vida. Vale la pena
tenerlo muy presente, pues el profeta no espera la salvación llegue de los
hombres ni de los poderes políticos, sino de Dios mismo.
Y si el profeta Isaías nos habla de lanzas y
espadas, de naciones que hacen la guerra, san Pablo hace referencia a las obras
de las tinieblas y Jesús nos habla del diluvio que arrasó la tierra en tiempos
de Noé. Así, la palabra de Dios deja constancia de los males de la historia de
la humanidad y que nosotros constatamos cada día.
Sin embargo, ante tanto mal, la palabra de Dios hoy
nos invita a caminar a la luz del Señor. Y es que la venida de Cristo es
imprevisible. Imprevisible..., pero cierta; y por este motivo condiciona
nuestro presente. Por eso se nos invita a estar en vela, a estar preparados
ante la venida de Cristo –que no sabemos cuando será-, para que no nos pille a ninguno por sorpresa.
Y para estar bien preparados, debemos dejar las obras de las tinieblas y
ponernos las armas de la luz, como nos dice san Pablo.
Cojámonos, pues, de la mano de Santa María, y
caminemos junto a Ella hacia la luz, preparando los caminos del Señor que vino,
viene, y vendrá.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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