Todas las lecturas que proclamamos hoy en la celebración nos
invitan a fortalecer la fe. En la primera lectura, en la podemos ver como el
profeta Habacuc se queja de las dificultades del mundo en el que le tocó vivir,
que ponían a prueba su fe en Dios, el Señor le recuerda que el justo vivirá por
su fe, y le pide que tenga esperanza y confíe en Dios porque el justo vivirá
por su fe.
Por tanto, nosotros no podemos acobardarnos ante las
dificultades de nuestra época que dificultan la evangelización. Al revés, como
dice san Pablo en la segunda lectura, no tenemos que avergonzarnos del
testimonio de nuestro Señor, sino que hemos de tomar parte en los padecimientos
por el Evangelio. Y para poder hacerlo, Pablo pide a Timoteo, pero también nos
pide a nosotros, que reavivemos nuestra fe en Cristo Jesús. Una fe en la que,
en el evangelio, Jesús nos descubre que es más importante la calidad que la
cantidad. Por eso que tenemos que pedirle al Señor que aumente en nosotros la
fe, puesto que la fe es un don de Dios.
No importa que esta fe sea pequeña como el grano de mostaza, porque quien actúa
en nuestro corazón no es nuestra fuerza de voluntad, sino la gracia de Dios; y
Jesús nos dice, con imágenes sacadas de la sabiduría oriental, que esta gracia
va siempre más allá de nuestras miradas humanas, con frecuencia muy estrechas.
Y también hay una segunda enseñanza en este texto, que nos
indica la sencillez con la que debemos vivir este don de la fe que Dios nos
da. Y es que la fe nos confiere un poder especial, pero un poder que
tenemos que vivir como servicio desinteresado para dedicarlo a los demás,
siendo conscientes de que al hacerlo no hacemos más que lo que debíamos, sin
pedirle cuentas a nadie. Así, cuando ponemos nuestros bienes al servicio de los
demás, no hacemos sino lo que tenemos que hacer. Cuando acompañamos al anciano
solo, dándole un rato de nuestro tiempo, no hacemos sino lo que tenemos que
hacer. Cuando ayudamos al que nos necesita, no hacemos sino lo que tenemos que
hacer. Cuando escuchamos al que nadie quiere oír, no hacemos sino lo que
tenemos que hacer… Para muchos estas acciones son proezas que nunca harían por
sí mismos, y nosotros tampoco, pero son pequeñas hazañas cotidianas que Dios ha
puesto en nuestras manos. Nosotros solo hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, ahora que acabamos de
comenzar este mes tan mariano que es el mes de octubre, el mes del Rosario, que
interceda por nosotros para que el Señor aumente nuestra fe y así podamos hacer
de nuestra vida cristiana un servicio a Dios y a los hermanos.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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