El Señor denuncia
este domingo el abismo existente entre pobres y ricos, como una situación de
dolorosa actualidad. Decimos muchas veces que nuestro Dios es el Dios de los
pobres, que son sus preferidos, pero... ¿qué pasa con los ricos? ¿eh?¿qué pasa
con los ricos? Pues mirad, la parábola de hoy es una advertencia a los ricos de
su destino por su modo de vida lujoso y egoísta. Pero también
busca su conversión, un cambio de vida que los lleve a la preocupación por sus
hermanos menos favorecidos y a compartir sus bienes con ellos.
Ya en la primera
lectura, el profeta Amós nos detalla el modo de vivir lujoso de muchos
habitantes de Sion y Samaría en el siglo octavo antes de Cristo. Son como el
rico del evangelio «que se vestía de púrpura y de lino y que banqueteaba cada
día». La acumulación de los bienes conlleva dos olvidos que arruinan la vida:
el olvido de Dios y de los pobres, ya que la riqueza tienta y empuja para que
se ponga la confianza en las propias fuerzas, dejando a Dios de lado.
Pero el evangelio
nos muestra como Dios da la vuelta a las cosas. Y aquel rico Epulón y egoísta,
que no había tenido compasión del pobre Lázaro, acaba sufriendo en el infierno,
y Lázaro, que no tenía donde caerse muerto, recibe el premio de la felicidad
eterna.
¿Qué los pobres por
ser pobres son buenos y los ricos por ser ricos son malos? No. De ninguna
manera. La maldad está en poner la confianza en el dinero, en el egoísmo, en no
querer mirar los problemas de alrededor y no ayudar a quien podemos ayudar,
sobre todo a aquel que está a nuestro lado. De hecho hay personas adineradas
que colaboran con obras sociales, y que aportan dinero para apoyar la sanidad,
desarrollo, etc... Y muchas, también, como nuevos Judas Iscariotes de nuestro
tiempo, que utilizan a los pobres siempre como excusas para criticar cualquier
proyecto económico que se haga, eso cuando no se aprovechan de ellos y los
explotan.
Vamos a pedirle,
pues, a la Virgen María que pongamos a Dios en el centro de nuestra vida y así
no ignoremos a nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados. Que Dios
abra nuestros ojos para ver lo que ocurre a nuestro lado, y no seamos
indiferentes a los hermanos que sufren. Esta generosidad nos abrirá las puertas
del amor y del cielo.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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