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sábado, 24 de septiembre de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXXV). Domingo XXVI del Tiempo Ordinario



El Señor denuncia este domingo el abismo existente entre pobres y ricos, como una situación de dolorosa actualidad. Decimos muchas veces que nuestro Dios es el Dios de los pobres, que son sus preferidos, pero... ¿qué pasa con los ricos? ¿eh?¿qué pasa con los ricos? Pues mirad, la parábola de hoy es una advertencia a los ricos de su destino por su modo de vida lujoso y egoísta.  Pero también busca su conversión, un cambio de vida que los lleve a la preocupación por sus hermanos menos favorecidos y a compartir sus bienes con ellos.
Ya en la primera lectura, el profeta Amós nos detalla el modo de vivir lujoso de muchos habitantes de Sion y Samaría en el siglo octavo antes de Cristo. Son como el rico del evangelio «que se vestía de púrpura y de lino y que banqueteaba cada día». La acumulación de los bienes conlleva dos olvidos que arruinan la vida: el olvido de Dios y de los pobres, ya que la riqueza tienta y empuja para que se ponga la confianza en las propias fuerzas, dejando a Dios de lado.
Pero el evangelio nos muestra como Dios da la vuelta a las cosas. Y aquel rico Epulón y egoísta, que no había tenido compasión del pobre Lázaro, acaba sufriendo en el infierno, y Lázaro, que no tenía donde caerse muerto, recibe el premio de la felicidad eterna.
¿Qué los pobres por ser pobres son buenos y los ricos por ser ricos son malos? No. De ninguna manera. La maldad está en poner la confianza en el dinero, en el egoísmo, en no querer mirar los problemas de alrededor y no ayudar a quien podemos ayudar, sobre todo a aquel que está a nuestro lado. De hecho hay personas adineradas que colaboran con obras sociales, y que aportan dinero para apoyar la sanidad, desarrollo, etc... Y muchas, también, como nuevos Judas Iscariotes de nuestro tiempo, que utilizan a los pobres siempre como excusas para criticar cualquier proyecto económico que se haga, eso cuando no se aprovechan de ellos y los explotan.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María que pongamos a Dios en el centro de nuestra vida y así no ignoremos a nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados. Que Dios abra nuestros ojos para ver lo que ocurre a nuestro lado, y no seamos indiferentes a los hermanos que sufren. Esta generosidad nos abrirá las puertas del amor y del cielo.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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