¡Qué bonito el evangelio que acabamos de escuchar! Un texto
que sin duda nos es familiar. Ese «Venid a mi todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré», que nos invita a poner nuestra vida por entero en
manos de Jesucristo, y a confiar en Él.
Y es que si realmente ponemos nuestra vida por entero en sus
manos, cargando con su yugo llevadero y ligero, aprenderemos que tenemos que ir
por la vida como fue Él, con mansedumbre y humildad, tal y como lo anuncia la
primera lectura, que profetiza como el Mesías viene sin poder y sin armas, sino
dictando paz y justicia, mostrando que es clemente y misericordioso, lento a la
cólera y rico en piedad.
Y esa mansedumbre y esa humildad que Jesús nos invita a
aprender de Él, harán posible que tengamos la sencillez de corazón necesaria
para descubrir y asimilar a Dios en nuestra vida. Jesús da gracias al Padre
porque se revela a los pequeños y se oculta a los sabios y entendidos. Esto no
quiere decir que Dios se oculte a una persona sabia y cultivada, no; sino que
nos avisa de que tenemos que ser pequeños, sencillos, humildes... Que no
tenemos que pensar que lo sabemos ya todo, que no tenemos que estar llenos y
henchidos de nosotros mismos, porque si lo estamos, no tendremos espacio en
nuestro corazón para Dios.
Tenemos que dejar, por tanto, que el Espíritu de Dios habite
en nuestro interior, para que podamos escuchar su voz, su soplo, de forma que
Jesús, el Hijo de Dios muerto y resucitado por nosotros nos dé vida y nos
libere del dominio de todo aquello que nos impide acercarnos a Él.
Mirad, Dios se nos ha revelado plenamente en Jesucristo. Y
Jesucristo aquí y ahora, en la celebración de la Eucaristía, se nos está
revelando, se nos está mostrando. En nuestras manos está el aceptar su palabra
salvadora, poniéndola en práctica en nuestra vida, viviendo como verdaderos
discípulos suyos, acercándonos al altar a recibir su Cuerpo y su Sangre y
viviendo en la vida de cada día esa humildad y mansedumbre que Él nos proclama
y quiere que vivamos.
Que la Virgen María nos ayude a vivir con sencillez de
corazón, sintiéndonos pequeños ante Dios. Solo así podremos bendecirle
realmente y alabar su nombre por siempre jamás.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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