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viernes, 7 de julio de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCVII). Domingo XIV del Tiempo Ordinario


¡Qué bonito el evangelio que acabamos de escuchar! Un texto que sin duda nos es familiar. Ese «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré», que nos invita a poner nuestra vida por entero en manos de Jesucristo, y a confiar en Él.

Y es que si realmente ponemos nuestra vida por entero en sus manos, cargando con su yugo llevadero y ligero, aprenderemos que tenemos que ir por la vida como fue Él, con mansedumbre y humildad, tal y como lo anuncia la primera lectura, que profetiza como el Mesías viene sin poder y sin armas, sino dictando paz y justicia, mostrando que es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.

Y esa mansedumbre y esa humildad que Jesús nos invita a aprender de Él, harán posible que tengamos la sencillez de corazón necesaria para descubrir y asimilar a Dios en nuestra vida. Jesús da gracias al Padre porque se revela a los pequeños y se oculta a los sabios y entendidos. Esto no quiere decir que Dios se oculte a una persona sabia y cultivada, no; sino que nos avisa de que tenemos que ser pequeños, sencillos, humildes... Que no tenemos que pensar que lo sabemos ya todo, que no tenemos que estar llenos y henchidos de nosotros mismos, porque si lo estamos, no tendremos espacio en nuestro corazón para Dios.

Tenemos que dejar, por tanto, que el Espíritu de Dios habite en nuestro interior, para que podamos escuchar su voz, su soplo, de forma que Jesús, el Hijo de Dios muerto y resucitado por nosotros nos dé vida y nos libere del dominio de todo aquello que nos impide acercarnos a Él.

Mirad, Dios se nos ha revelado plenamente en Jesucristo. Y Jesucristo aquí y ahora, en la celebración de la Eucaristía, se nos está revelando, se nos está mostrando. En nuestras manos está el aceptar su palabra salvadora, poniéndola en práctica en nuestra vida, viviendo como verdaderos discípulos suyos, acercándonos al altar a recibir su Cuerpo y su Sangre y viviendo en la vida de cada día esa humildad y mansedumbre que Él nos proclama y quiere que vivamos.

Que la Virgen María nos ayude a vivir con sencillez de corazón, sintiéndonos pequeños ante Dios. Solo así podremos bendecirle realmente y alabar su nombre por siempre jamás.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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