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sábado, 2 de abril de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXI). Domingo V de Cuaresma

 

 
Hay una expresión castellana que dice que Dios perdona siempre, los hombres, algunas veces, pero que la naturaleza no perdona nunca.
Nuestro tiempo odia. Odia a muerte. No perdona a nadie, ni aunque se haya muerto. Ansiosos de sangre, vivimos un tiempo implacable, sin compasión y sin piedad. Ejercemos de jueces permanentemente, condenando con facilidad los errores de los demás y, lo que es peor, con esa conciencia tan crítica y justiciera, y no pocas veces, de revancha, vamos perdiendo la noción de perdón.
Pero, para ser justos, debemos decir también que algunas veces sabemos perdonar y no ser justicieros. Algunas veces, las menos, perdonamos.
No obstante, el comportamiento de Dios es muy diferente. Lo descubrimos en su actuar con Israel, el pueblo elegido, pues desde el inicio Dios se muestra como un Dios que sabe perdonar, y ante el pecado de su pueblo renueva con él una  nueva alianza.
Y si nosotros juzgamos, dictamos nuestras sentencias, casi siempre condenatorias, contra quien se equivoca y quien peca, y exigimos una justicia exigente y rotunda, el evangelio, en cambio, nos invita a ponernos frente a un espejo, y nos propone que para juzgar a los demás, antes nos juzguemos a nosotros mismos.
Fijaos. En la escena del evangelio que hemos leído, los que querían lapidar a aquella mujer, que no es que fuera precisamente una santa, nombran juez a Jesús. Aunque es un nombramiento envenenado, porque más que juzgar, esperan que condene..., que aplique estrictamente la ley. Y Jesús se pone a juzgar. Se inclina en el suelo y se pone a escribir. Mirad, en el mundo antiguo, cuando un juez pronunciaba sentencia, se sentaba para escribirla. Bueno, pues vemos a Jesús que, sin decir nada, se inclina, y escribe con el dedo en el suelo. No sabemos que escribió, pero sí que sabemos que dictó una primera sentencia: que «el que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Y continuó escribiendo. Y como nadie tiraba piedras, o sea, que allí, menos Jesús, todos eran pecadores, dictó la sentencia definitiva: la sentencia del perdón. Su juicio no es de condenación y muerte, sino de salvación y vida. Y así es como Jesús, que tiene poder para condenar y castigar, pero que elige perdonar, tratará a cada pecador que se acerca a Él: no condenándolo, sino perdonándolo.
Acudamos a Jesús... acudamos a su misericordia... ¡Convirtámonos!...¡Confesémonos!... Reconozcámonos pecadores necesitados de perdón; y dejémonos perdonar para poder celebrar la Pascua con un corazón renovado.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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