En este
segundo Domingo de Cuaresma, como pasó el pasado domingo con el texto de las
tentaciones de Jesús, el evangelio es fijo, y proclamamos la escena de la
transfiguración de Jesús en el monte Tabor.
Aunque
parezca un relato evangélico extraño a la Cuaresma, lo cierto es que nada más
empezar el camino cuaresmal, que nos llevará a la pasión, muerte y resurrección
de Jesús, se nos muestra la última escena, que es la gloria de Jesucristo y la
nuestra. Así pues, en este relato de hoy, se nos asegura que este camino, este
proceso cuaresmal en el que estamos metidos, acaba con la victoria y la
glorificación de Cristo.
Y es
que, Jesucristo, después de haber anunciado su muerte a sus discípulos, reveló
en el Tabor, con la ley y los profetas como testigos en las personas de Moisés
y de Elías, que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la
resurrección. Una reflexión que no viene mal hacer en nuestros tiempos, donde vemos
que las dificultades nos abruman y no pocas veces parecen ahogarnos; pero al
final debemos tener la certeza de que esto es temporal y pasajero y que al
final brillará la gloria de Cristo, que quiere que vivamos en plenitud esa
misma luz y esa misma gloria.
Por
tanto, el monte de la Transfiguración es el inicio del camino a Jerusalén que
acabará también en otro monte: el monte Calvario. El Tabor no es la meta, no es
el punto de llegada, sino el punto de salida para lograr la gloria eterna en
Jerusalén.
Apliquemos,
pues, nosotros el evangelio a nuestra vida. A ver... nos decimos seguidores de
Cristo, ¿no? Pero... ¿le seguiremos solo hasta el monte de la Transfiguración o
le seguiremos hasta el Calvario? Cuándo Jesús nos pida más profundidad, más
exigencia.. ¿qué haremos? ¿Buscaremos excusas para decir que no?¿Diremos que
ese cristianismo ya está pasado de moda y que la cruz no corresponde a los
nuevos tiempos, sino que debemos mirar solo al resucitado? Pues mirad... El que
piense así... no concuerda ni de lejos con el mensaje de Jesucristo; pues Jesús
vino a salvarnos dando su vida en la cruz, muriendo por todos.
Pidámosle, por tanto, a la Virgen María,
fuerzas para seguir a Cristo en todo su camino. Porque si no seguimos a Cristo
en su cruz, no podremos llegar a contemplarle en su luz.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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