Durante los domingos de Cuaresma, leemos
en la primera lectura algunos de los momentos principales de la historia de la
salvación. Ya sabemos que el Antiguo Testamento es el camino que nos conduce
hacia Jesucristo, el Mesías muerto y resucitado. De este modo, hoy, en la
lectura del Deuteronomio, escuchamos la profesión de fe del pueblo elegido en
boca de Moisés; una
profesión de fe que, más que recoger dogmas, es una historia para recordar y
por la que es necesario dar gracias; es ir a los orígenes para ver cómo la
salvación de Dios se ha hecho historia. En esta sintonía va también la segunda
lectura donde san Pablo nos recuerda que profesando la fe en Jesucristo, que es
el Señor, seremos salvados. Aquí Pablo valora dos cosas: los labios que
profesan y el corazón que cree; así, si se confiesa con los labios la fe que
llevamos en el corazón, recibiremos la salvación de Dios, es decir, quien confiese
que Jesús, que murió y resucitó por nosotros, es el Señor, el Hijo de Dios, se
salvará.
Y en el
evangelio, como cada primer domingo de Cuaresma, proclamamos las tentaciones de
Jesús; tentaciones de someterse a lo material, al poder y al dominio sobre los
demás. Pues bien, Jesús nos enseña a rechazar todo esto, que nos aleja de Dios.
¿Qué tentaciones tenemos hoy nosotros? Pues será
necesario identificarlas y llamarlas por su nombre, sin componendas ni
justificaciones, sin engañarnos ni pretender engañar a nadie; y aprender de
Jesús y pedirle el espíritu de discernimiento y la fuerza para superarlas;
teniendo bien claro que tan solo debemos arrodillarnos delante de Dios; y no
delante de ningún ídolo, requisito imprescindible para poder ser libres de
veras, y vivir la fe que se expresará en la caridad desinteresada, gratuita y
transformadora.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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