El texto del
evangelio de hoy continúa el relato de las bienaventuranzas que escuchábamos el
domingo pasado. Se trata de un largo párrafo donde encontramos una serie de
principios útiles para todos e imprescindibles para los seguidores de Jesús.
Principios que nos dicen que en lugar de limitarnos a condenar, debemos abrir
espacios y posibilidades para que los enemigos encuentren caminos de conversión
y reconciliación; principios que nos piden una renuncia explícita a la
violencia como arma para resolver los conflictos; principios que nos dicen:
«Tratad a los demás como queréis que ellos os traten ...»; mostrándonos así la
regla de oro de la convivencia humana, y siempre en positivo, no limitándose al
ojo por ojo y diente por diente, sino desbordando siempre por la vía de la
misericordia. Por eso Jesús nos dice claramente «sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo».
Y que es que al mal
no se le vence con el mal, sino con la abundancia del bien. Mirad: el odio
provoca destrucción, y la violencia engendra siempre violencia. Metámonos en la
cabeza que la paz solo puede nacer del amor; y que el amor de Dios que nosotros
tenemos que imitar es un amor gratuito, generoso, sin medida... Por eso mismo,
los cristianos tenemos que intentar ir por la vida haciendo del amor la norma y
la guía de nuestra conducta.
Aunque también es
verdad, emh, es verdad que llevar a la práctica el mensaje del evangelio de hoy
es muy difícil. Es más, es algo prácticamente imposible para el hombre terreno.
Eso de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, lo de poner la
otra mejilla y todo lo demás que hemos escuchado en el evangelio es muy bonito,
si, pero llevarlo a la práctica, ¡ay madre!, llevarlo a la práctica ya es
harina de otro costal... Sin embargo, si como dice san Pablo, nos revestimos de
Cristo, podemos ser hombres celestiales, que se dejan llevar por el Espíritu
Santo; y adoptar un estilo de vida en el que podemos crecer y mejorar a
lo largo de toda la vida, gracias al amor del Padre, « que es bueno con los
malvados y desagradecidos».
Pues que la Virgen María nos ayude para que no nos dejemos
vencer por el mal, sino que nos dejemos llenar por el amor de Dios, y
trabajemos para que siempre entre nosotros triunfe el bien, dando así
testimonio de lo que Dios quiere para nosotros.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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