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sábado, 15 de enero de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXLIX). Domingo II del Tiempo Ordinario

 

Después de los tiempos fuertes de Adviento y Navidad, hoy entramos en la dinámica de los domingos del Tiempo Ordinario, los cuales, en esta primera parte, que dura hasta la Cuaresma, nos van a ir introduciendo, a grandes trazos, en las primeras predicaciones y actuaciones del Jesús histórico, cuyo culmen fueron precisamente los misterios pascuales hacia los que nos encamina este primer tramo del Tiempo Ordinario.

Y si nos fijamos bien, veremos que los textos de la Palabra de Dios de hoy, todavía guardan el resplandor de la Epifanía, puesto que las primeras manifestaciones de Jesús revelan su gloria como Mesías. Y como marco de su primera manifestación redentora, Jesús elige la celebración de una boda a la que tanto Él como su madre y sus discípulos estaban invitados.

Ya conocemos el texto: ante la falta de vino, la Virgen se da cuenta, y le pide ayuda a Jesús, quien hace su primer milagro, el de convertir el agua en vino.

Bueno, pues de todos los significados que tiene este texto evangélico, a mi me gusta fijarme siempre en este día en su dimensión eucarística. ¿Por qué? Pues porque cada domingo, y cada día que celebramos la Eucaristía, Jesús con su Palabra y su Cuerpo y su Sangre, Cristo Jesús va a ser nuestro alimento e ira convirtiendo en fiesta y en vino bueno nuestra existencia. Y que las bodas de Caná tienen lugar entre nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía. En cada celebración de la Misa, el Señor toma nuestra miseria, nuestro pecado, nuestra nada, representado en esas gotitas de agua que se echan junto al vino en el cáliz, y lo transforma en un Vino con mayúsculas, en un Vino exquisito, que es el Vino de su Cuerpo y de su Sangre. Y en cada celebración de la Eucaristía Jesús quiere transformar el agua de nuestra vida en el vino nuevo del Reino de los cielos; pues cada vez que celebramos la Eucaristía, que es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz, se realiza la obra de nuestra salvación.

Pidamos pues al Señor que aumente nuestra fe, y que los días de nuestra vida se fundamenten en su paz, para que con el auxilio de la Virgen María, que intercedió ante su Hijo en las Bodas de Caná, sepamos ser testigos fieles del amor de Dios a la humanidad de nuestro tiempo.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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