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sábado, 4 de diciembre de 2021

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DXXXIX). Domingo II de Adviento

 

 
Decía San Juan Pablo II que siempre estamos viviendo preparándonos para algo, que «toda nuestra vida es una preparación de etapa en etapa, de día en día, de una tarea a otra». Bueno, pues la vida cristiana también es una preparación constante, en la que, sobre todo, nos preparamos para el encuentro definitivo con el Señor. Y en este sentido, la existencia del cristiano es un Adviento constante.
Pero no vamos a negar que toda preparación tiene dificultades, ¿verdad?; y que progresar y convertirse no es fácil. Por eso no debemos pretender preparar el camino del Señor sin el Señor, como el que prepara y vive la Navidad sin el Niño Jesús, o quiere ser cristiano sin conocer a Cristo.
Pues bien, en este tiempo de Adviento, hay un personaje muy particular, que es san Juan Bautista, quien recibe su vocación en las cercanías del Jordán para un ministerio especial. Mirad, Juan Bautista, como hijo de un sacerdote, no debía estar ser en el desierto, sino en el templo de Jerusalén, para sustituir a su padre en las labores sacerdotales. Sin embargo, Juan Bautista no es un sacerdote del templo.
Eso quiere decir que algo radicalmente nuevo está comenzando. El templo era el signo de una religión externamente espectacular, pero que internamente podía estar vacía. Por ello lo nuevo no comienza allí, en el templo, sino fuera, en el desierto.
Y es en el desierto donde Juan Bautista nos lanza su mensaje de Adviento: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»; y predica a todos, también para nosotros, un cambio de vida, invitando a prepararle al Señor un camino en el corazón. Por eso, si verdaderamente queremos en este Adviento preparar el camino del Señor para cambiar el mundo es necesario ir al desierto, dejar entrar a Cristo y su Espíritu de amor en nuestras vidas y pedirles que actúen, que nos conviertan, que nos transformen... Y si no lo hacemos... malamente iremos.
Por otra parte, también san Pablo, en la segunda lectura, nos llama a convertirnos, invitándonos a saber apreciar los valores auténticos para llevar una vida cristiana sin mancha, para que la obra que Dios ha comenzado en nosotros llegue a su plenitud.
Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, que tengamos un corazón abierto a la llamada de Dios. Una llamada que nos invita a convertirnos, a cambiar de vida, a preparar el camino a Cristo, el Señor; que viene a salvarnos.
 
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

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