Hoy, Jueves Santo, abrimos el
Triduo Pascual - «la hora de pasar de este mundo al Padre»- para asistir a este
prodigio de amor de Uno por
Todos que tuvo lugar en Jerusalén y continúa
activo después de los siglos aquí y ahora. Y es que la Cena del Señor por la tarde del
jueves es considerada como el pórtico del Triduo Pascual. Hacemos memoria de la
muerte y resurrección del Señor. Y recordamos tres acontecimientos misteriosos
de gran importancia para la Iglesia, a saber: la institución de la Eucaristía,
la proclamación del mandamiento del amor fraterno y la institución del
ministerio sacerdotal. Tres ejes claves de la Iglesia de ayer, de hoy
y para siempre.
Hoy, pues, después
de toda la preparación de la Cuaresma, esta tarde entramos en la celebración de
los días santos de la muerte y resurrección del Señor; y
estamos aquí, como los apóstoles, dispuestos a acompañar a Jesús en este
momento intenso, en esta cena de despedida en la que el Maestro se
ha reunido con sus discípulos para celebrar anticipadamente la
cena pascual judía, que el libro del Éxodo nos muestra cómo se ha de
celebrar en recuerdo anual de la acción liberadora de Dios con su pueblo. Era la celebración del pueblo esclavo
que fue liberado por Dios de la opresión de Egipto. En aquel tiempo Dios envió
a Moisés para su misión con el pueblo judío. Ahora Dios se ha enviado a si
mismo en el Hijo para la liberación de todos los pueblos de una opresión mucho
mayor: la opresión del pecado. Pues, bien, en el marco de esa celebración
judía, Jesucristo va a celebrar la Pascua definitiva con su pasión, muerte y
resurrección. A partir de ahora, se cierra una época de la historia y se
abre otra con la muerte y resurrección del Señor.
Hoy, el Maestro y el Señor nos deja en el pan y el vino
de la Eucaristía el signo y la presencia de su entrega por nosotros,
instituyendo para ello el ministerio sacerdotal, que confía a sus apóstoles; y se anticipa a lavarnos hoy los pies, como lo hizo
con sus discípulos. El Señor nos lava los pies a cada uno aliviando nuestras
penas, curando nuestras heridas, comprendiendo nuestros problemas... Se
hace el servidor echándose al suelo como el esclavo de la casa, deteniéndose
ante cada uno. Y es que
san Juan nos dice bien claro que, cuando llegó el momento de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, Jesús los
amó hasta el extremo. No se puede amar más. Es un amor dispuesto hasta las
últimas consecuencias.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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