Con el Domingo de
Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa, «la Gran Semana», centro
del año cristiano. Aunque este domingo es un día que todavía pertenece a la
Cuaresma, pues ésta concluye a primeras horas de la tarde del Jueves Santo, ya
saboreamos el triunfo de la Pascua y la gloria del final.
Y si hay algo
característico de este domingo son los ramos y las palmas que llevamos en las
manos. Hoy hemos comenzado la celebración bendiciendo los ramos, recordando el
júbilo de la entrada de Jesús en Jerusalén. Pero no podemos olvidar que llevar
unos ramos o unas palmas hoy es signo del compromiso que hemos adquirido en día
del Bautismo, que es el de ser mártires, es decir, testigos de Cristo,
siguiendo sus huellas. Porque no podemos olvidar que el Jesús que entra en la
ciudad santa es el Siervo pobre, manso y humilde, aclamado por los sencillos
del pueblo con ramos y palmas en sus manos; y quien se entrega libremente a la vergüenza
de la pasión y la cruz es la misma persona; pues el Señor que se adentra en
Jerusalén para celebrar la Pascua con los suyos es aquel que nos entrega su
vida en sacrificio como el verdadero cordero inmolado.
Por eso hoy hemos
escuchado la Pasión del Señor, la cual muestra la realidad de las palabras de San
Pablo a los Filipenses, pues Cristo se humilla a sí mismo para que todos
nosotros seamos redimidos. Todo el relato de la Pasión nos revela hasta donde
llega el amor de Dios por nosotros; lo importantes que somos para Él, pues
Jesús, siendo Dios, se somete por nosotros incluso a la muerte; y una muerte de
cruz. Por tanto, no tenemos que dejar que la cruz sea solo un signo externo.
No. La cruz nos acerca al misterio de Dios. Nos identifica a los cristianos no
solo como un signo externo, sino como la esencia de Dios. Y es que, como nos ha
venido y viene enseñando el catecismo ya desde tiempo atrás, la señal de los
cristianos es la señal de la Santa Cruz, porque en ella murió
Jesucristo Nuestro Señor para redimir a toda la humanidad.
Experimentemos,
durante estos días, el misterio de la cruz, el misterio de Dios que se hizo
hombre para rescatarnos de modo que, al celebrar la Pascua, proclamemos que
Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
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