Los textos litúrgicos de hoy resaltan insistentemente el
hecho de que el Padre ha hablado. Y Dios Padre habla para manifestar que
Jesucristo es su Hijo muy amado. De ahí se deriva necesariamente la
consecuencia lógica por parte del hombre, que es la de escuchar su palabra. Y
es que en Cristo, y sólo en Él, es donde podemos escuchar la voz potente,
magnífica, atronadora y a la vez arrulladora de Dios.
Además, tal y como aparece en el Evangelio, el Espíritu en
forma de paloma desciende sobre Jesús. De este modo, su bautismo significó la
inauguración y aceptación de la misión y la aceptación plena de la voluntad del
Padre.
Ahora bien, siempre conviene recordar que el bautismo de
Juan no es el sacramento del Bautismo cristiano. Juan predicaba un bautismo de conversión por los pecados ante el juicio
inminente y exigente de Dios. De este modo, el perdón divino no era concedido, por
tanto, en el momento del bautismo, sino que tenía que llegar tan solo el último
día. En una palabra, el bautismo de Juan era sello del arrepentimiento presente
y prenda del perdón de los pecados que Dios otorgaría en un futuro próximo. Así
pues, Juan Bautista llamaba a la gente a situarse simbólicamente de nuevo en el
punto de partida, que estaba antes de cruzar el río. Lo mismo que hizo la primera
generación en el desierto, también ahora el pueblo debe escuchar a Dios, purificarse
en las aguas del Jordán y entrar con un compromiso de una conversión radical, puesto
que el final de la historia será dominado por la justicia inexorable de Dios, salvadora
para unos y castigadora para otros.
Por tanto, el
bautismo de Jesús en el río Jordán se convierte en el comienzo solemne de su
vida pública mostrando quien es; y al igual
que para el pueblo de Israel el río Jordán fue la puerta de entrada en la tierra
prometida, ahora es Jesús con el sacramento del Bautismo la puerta a la vida
eterna prometida. Y si Juan Bautista hablaba del perdón inminente de Dios, Jesús
proclama que este perdón es felizmente presente; pues el mensaje de Jesús es un
mensaje de misericordia.
Y permitidme terminar recordado que esta fiesta del Bautismo
del Señor nos invita a mirar nuestro Bautismo, pues el Bautismo es un segundo nacimiento
para la persona, en el que nacemos a la vida de la Gracia. Además, con el
Bautismo, comienza también nuestra vida pública como cristianos, en la que
tenemos que manifestar, externamente, de palabra y de obra, que creemos en
Jesucristo y, que al igual que Él, somos hijos amados de Dios.
Pues que Santa María y San José nos ayuden a pedirle con
sinceridad al Señor que nos dé la fuerza necesaria para ser sus testigos fieles
en este nuestro mundo, y nos haga valorar el sacramento del Bautismo que hemos
recibido como una oportunidad diaria de gracia y de salvación.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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