Hoy escuchamos en el evangelio las llamadas «parábolas de la
misericordia de Dios», redactadas por Lucas, considerado el «evangelista de la
Misericordia»; y además, en la segunda lectura escuchamos una afirmación de san
Pablo de gran importancia, que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores», y el mismo san Pablo se situará como el primero de los pecadores
necesitado de la gracia de Dios. Estas
palabras que escucharemos en la segunda lectura de hoy nos recuerdan una verdad
que a menudo olvidamos; ya que decimos, y lo que es peor, llegamos a creemos
que no somos pecadores, y con ello olvidamos que necesitamos siempre el perdón
de Dios. Y eso es un problema. Y un problema gordo. Muy gordo. ¿Por qué? Pues
porque si no nos sentimos pecadores no podemos esperar ser salvados por
Jesucristo, ya que Jesucristo no ha venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores.
Y es que Jesucristo, con su palabra, con sus gestos, con
toda su persona, nos ha revelado que Dios es Misericordia. Pero, no solamente
nos ha dado a conocer el verdadero rostro del Padre, sino que también nos ha
comunicado su amor, su misericordia, su compasión..
Una compasión que Dios ya la tuvo con el pueblo de Israel
cuando, en el desierto, se desviaron pronto de los mandamientos del Señor y se
construyeron un becerro de Oro. La misma compasión que Dios muestra cuando se
afana por ir a encontrar la oveja perdida, o cuando se pone a barrer
febrilmente para encontrar una moneda. Y es que, a fin de cuentas, y aunque no
nos lo parezca, tanto en el cielo como en la tierra, entre los ángeles y los
hombres de buena voluntad, hay una gran alegría cada vez que, arrepentidos, nos
dejamos acoger por el amor del Padre.
Lo triste es que hoy hay mucha oveja descarriada que no se
da ni quiere darse cuenta de que se ha perdido. ¿Somos nosotros de esas ovejas? Mirad, hoy día, muchos se fabrican sus
propios dioses. Se puede decir que no hay tiempo para rezar ni para venir a
Misa, pero sobra tiempo para ir al fútbol –o verlo por televisión-, a cazar, de
viaje de fin de semana, y para muchas otras cosas... Pero para Dios... no hay
tiempo. Pero por suerte, Dios no se cansa nunca de esperarnos.
Que Santa María, Reina y Madre de misericordia, nos ayude
para reconocer que necesitamos a Dios en nuestras vidas, y no desviarnos nunca
de su camino. Y si nos desviamos, a que sepamos volver.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Canal Romero.
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