Esta fiesta de Todos los Santos, tan arraigada entre
nosotros, e íntimamente unida a la celebración de mañana de los difuntos, nos
invita de manera especial a buscar la santidad, como han hecho tantos hombres y
mujeres que a lo largo de la historia han recibido ya la corona de la gloria y
que ya gozan de la gloria de la inmortalidad en el reino de los cielos. Unos han
sido elevados a la gloria de los altares; otros no. De unos tenemos noticias;
otros han pasado sin hacer ruido. Fueron personas de diversas civilizaciones y
culturas, como nos dice la lectura del libro del Apocalipsis, de toda raza,
lengua, pueblo y nación; pero todas ellas fueron santas, es decir, agradables a
Dios; y desde luego, han enriquecido a la Iglesia, Pueblo de Dios, pero también
han contribuido a la mejora de la humanidad y a hacerla más humana, más
auténtica. Sus vidas nos devuelven la fe en la humanidad, porque son la prueba
de lo mucho y bueno que hay en lo más profundo de todo ser humano, sembrado por
Dios, y que ellos han sabido sacar a la luz.
Por tanto, esta fiesta nos invita a todos a vivir de tal
modo que alcancemos también nosotros la herencia que el Señor nos tiene
prometida, que es el reino de los cielos. Y es que cada día es una oportunidad
maravillosa para buscar y vivir nuestra propia santidad, que por un lado es don
de Dios y por otro, tarea de cada uno por alcanzarla.
Por eso, al leer hoy el evangelio de las Bienaventuranzas, el
Señor nos propone las condiciones con las que debemos recorrer el camino de la
vida para alcanzar la meta de la santidad, ya que con ellas el Señor Jesús nos
ayuda a descubrir cuáles han de ser nuestras acciones y actitudes. Mirad, las
bienaventuranzas son el camino que recorrieron los santos. Ellos se
arriesgaron, apostaron por ellas y acertaron, con humildad, sufriendo,
compartiendo sus bienes, siendo misericordiosos y limpios de corazón, amando la
justicia, promoviendo la paz y mostrando entereza ante las dificultades..., y
de este modo nos muestran cuál es nuestra esperanza y cual es la meta a la que
está llamada la existencia humana, que no es otra que gozar de la pascua
eterna.
Bueno, pues ya que los santos siguen vinculados a nosotros,
formando parte de la única Iglesia de Jesucristo, e interceden desde la Iglesia
del cielo por nosotros ante Dios,
pidamos a la Virgen María, Reina de todos los santos, que el Señor nos
conceda por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de su
misericordia para alcanzar la herencia que nos ha prometido.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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