El mensaje de las lecturas de hoy es la invitación gratuita
y universal que Dios hace a todos los hombres y mujeres del mundo para que
participen de la vida eterna en el cielo. Nos invitan a contemplar nuestro
futuro definitivo. Y para ello utilizan el símbolo de un espléndido banquete
festivo. Isaías, con la imagen del banquete anuncia un futuro de salvación
eterna para la humanidad como signo de esperanza y de consuelo para un pueblo
deprimido. Y Jesús, en el evangelio, va más allá, y lo presenta como un
banquete de bodas al que, al final, todos estamos convidados.
Mirad, Jesús, al dirigirse a las autoridades judías, estaba
llamándoles la atención, advirtiéndoles que ellos eran los que estaban diciendo
que «no» a la invitación que Dios les hacía; y que ese «no» no iba a quedar en
agua de borrajas. De hecho, la ciudad y el Templo de Jerusalén, el lugar más
sagrado para los judíos, fueron arrasados y destruidos unos años después. Pero
también entre los judíos hubo quien entendió y vivió fielmente a la espera del
Mesías, y que lo reconoció en Jesús. E igualmente, entre los cristianos, ha
habido gente que no ha entendido nada y que ha puesto a la Iglesia en una
situación de decadencia. Por eso nos tenemos que preguntar si con nuestro modo
de vivir estamos siendo de los que rechazan la invitación de Dios; ya que
tenemos que tener en cuenta que el ser cristianos, que el estar bautizados, no
es garantía de nada. Porque en la Iglesia, conviven buenos y malos. Y la
salvación se consigue por gracia de Dios, si, pero hay que avalarla con
nuestras obras.
Por tanto, para estar dentro del banquete del Reino, para ir
al cielo, es necesario un estilo de vida. Mirad, nadie está fuera de la
invitación al banquete del Reino de los cielos. Mientras vivimos en esta vida
mortal, estaremos invitados a esa fiesta. Pero es necesario dar una respuesta
positiva, y entrar al banquete bien dispuesto, con vestido de fiesta, es decir,
con el alma limpia, en gracia de Dios.
Pues bien, como mientras hay vida, hay esperanza, estamos
aun a tiempo de cambiar si es que no vamos por el buen camino. Pidámosle, pues,
a la Virgen María, refugio de pecadores, que nos ayude a volver a Dios para
revestirnos con su traje de gracia y así poder participar en la Eucaristía,
que, celebrada con amor, nos lleva a la gloria del cielo, la casa del Señor,
donde estamos llamados a habitar por años sin término.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
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