Las lecturas de hoy nos muestran es que, así como en el
Antiguo Testamento se entregaban las llaves del palacio a los jefes o
responsables, como signo de autoridad, así Cristo le dice a Pedro que le dará
las llaves del reino de los cielos y que sobre él edificará su Iglesia. De este
modo, Pedro es el garante de la fe de la Iglesia de Jesucristo, como Hijo de
Dios, Mesías, Salvador, y también el eje visible de la unidad de la Iglesia;
misión ésta que heredan y deben continuar sus sucesores, los papas. Y si algún
Papa, por desventura no es garante de la fe y de la unidad de la Iglesia... que
se prepare, porque Jesucristo le demandará cuentas.
Sin embargo, yo quiero fijarme en otro mensaje que nos
transmite el evangelio de hoy. Mirad, yo creo que este año todos hemos quedado
bien hartos de encuestas y sondeos ¿no? Bueno, pues el evangelio de hoy nos
presenta a Jesús haciendo, así, a bocajarro, un sondeo entre sus discípulos.
Jesús sabe que su persona y su mensaje no dejan indiferente a nadie. De ahí la
pregunta que les lanza a los discípulos. “¿Quién dice la gente que es el Hijo
del Hombre?”, o sea, ¿Quién piensan que soy? Los discípulos vemos que le
transmiten varias de las respuestas de lo que pensaba y decía la gente. Pero se
quedan cortos. Se quedan cortos porque Jesús es mucho, pero mucho más de lo que
sospechan sus oyentes y sus paisanos. Es más. A Jesús no le vale lo que piensa
la muchedumbre de sus enseñanzas y de sus milagros. Él es más que un profeta.
Sí. Pero...¿qué opinan sus propios discípulos? De ahí que les lanza la pregunta
“Y vosotros...¿Quién decís que soy Yo?”. La respuesta, ya la sabemos, la da
Pedro. Pero Jesús va todavía más allá, y hoy, en esta Eucaristía, nos pregunta
a cada uno de nosotros. Tú. Sí, sí, tú; tú que vienes a Misa. ¿Qué dices de
Mí?¿Quien dices que soy Yo?¿Quién soy Yo para ti? Y la respuesta no ha de ser
sólo una respuesta teórica; sino que ha de ser una respuesta práctica. Una
respuesta dada desde el corazón. Una respuesta dada desde el que se ha
encontrado verdaderamente con Cristo y se ha dado cuenta de que sin Cristo nada
en su vida tiene sentido. Y eso implica, evidentemente, no solo confesar a
Cristo con la boca, sino llevar a la práctica sus enseñanzas, porque ya sabemos
aquello de que obras son amores y no buenas razones...
Pidámosle, pues, a la Virgen María, que como Pedro, sepamos
confesar sinceramente que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, el que nos ha
salvado, el origen, guía y meta del universo, en quien está nuestro destino, y
a quien debemos alabar y glorificar continuamente.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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