Las lecturas de este domingo nos invitan a tener en
consideración que la oferta de salvación de Dios está destinada a toda la
humanidad.
Y es que la salvación no es propiedad exclusiva de Israel,
sino de todos los pueblos. Por eso, la promesa de Dios al antiguo Israel, con
Jesús adquiere una nueva dimensión, pues esta salvación se abre a toda la
humanidad. Así, la salvación sobrepasa las fronteras del pueblo elegido y se
abre a la universalidad. Mirad, esta llamada universal a la salvación ya había
sido expresada en el Antiguo Testamento, como podemos observar en la primera
lectura, y la vemos concretada en el fragmento del evangelio de hoy en el
diálogo de Jesús con la mujer cananea, que ora humildemente y confiada en la
acción de Jesús.
Por su parte, Pablo, se considera en la carta a los Romanos
como Apóstol de los gentiles, anuncia que todos los hombres están llamados a la
salvación, cumpliendo así el encargo del Señor que tenido misericordia de ellos.
Por tanto, ya no es la pertenencia al pueblo de Israel la condición necesaria
para alcanzar esa salvación prometida por Dios, sino la fe en Dios y la firme
adhesión a Jesús confesado como Cristo, la cual, como es lógico, tiene que
llevar a quien no está bautizado a bautizarse y ser miembro de la Iglesia.
Y nosotros, como cristianos que somos, tenemos que tener
clara una cosa, que ya anunciaban los profetas, que no es suficiente con
pertenecer a un pueblo institucionalizado como Pueblo de Dios. Es necesario que
sus miembros vivamos en nuestra vida personal de manera fiel a la Palabra de
Dios y al culto que celebramos. Porque decir que uno es cristiano, y no ir a
Misa... Mal. Pero venir a Misa, y no vivir el evangelio en la calle, ser un
faltón, un criticón, etc... Mal también. Y para el que quiera darle la vuelta a
las cosas y excusarse en el típico “los que van a Misa son los peores”... recordarle
que nada que esté mal tiene excusa.
Que María nos ayude, pues, para que los que ahora
participamos de la mesa de la Eucaristía, la mesa del amo, y somos invitados a comer el pan de los
hijos, podamos participar un día en el banquete de los hijos de Dios en su
Reino eterno.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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