Páginas

viernes, 16 de junio de 2023

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DCVI). Domingo XI del Tiempo Ordinario



Tras haber concluido hace un par de semanas el tiempo de Pascua, y haber celebrado las solemnidades litúrgicas de la Santísima Trinidad, del Corpus Christi, y este viernes pasado, la del Sagrado Corazón de Jesús, hoy retomamos el ritmo de los domingos del tiempo ordinario. Un tiempo en el que hemos de saber descubrir la presencia de Dios en medio de nuestro mundo y de nuestra vida cotidiana, porque, a la hora de la verdad, en lo ordinario, está lo extraordinario.

Y en este domingo, la primera lectura, del libro del Éxodo, nos muestra como Dios mismo proclama al pueblo de Israel que es un pueblo libre, un pueblo al que Él mismo ha liberado del opresor, y al que ha hecho propiedad suya. Eso sí, el pueblo debe obedecer y guardar la alianza para que Dios lo tenga como un reino de sacerdotes y una nación santa.

Pues bien, esa liberación total se produce con la muerte de Cristo, pues como nos dice san Pablo, Jesús murió por nosotros, pecadores, para salvarnos, para liberarnos de la esclavitud del pecado y abrirnos el camino de la salvación.

Así pues, todos debemos anunciar esa salvación que Dios nos ha concedido por medio de Jesucristo. Fijaos, en el evangelio, Jesús está siempre atento a las personas necesitadas que encuentra en su camino. Y de un modo especial, le duele que quienes se tenían que ocupar de ellas, que eran las autoridades de Israel, no lo hagan, y por eso se compadece,  porque estaban cansadas y dejadas «como ovejas que no tienen pastor». Y esa compasión le mueve a dar autoridad a los Doce apóstoles para que, en su nombre, sean instrumento de la misericordia de Dios expulsando espíritus inmundos, curando enfermos y toda clase de dolencia.

Y es que Jesús envía a sus discípulos a anunciar que el Reino de Dios está cerca no sólo con palabras, sino con hechos. Y esos hechos son acciones liberadoras que muestran que Dios está actuando. Mirad, tanto la enfermedad, como la lepra, la posesión y, cómo no, la muerte, son consecuencia del pecado. Por eso que esa misión que reciben los apóstoles de curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y arrojar demonios, es una señal de que Dios está en medio de su pueblo, de que el Reino de Dios ha llegado.
Pidámosle, pues, a la Virgen María, que nos ayude a que, como discípulos de Jesucristo, anunciemos, de palabra de y obra, y sin esperar nada a cambio que Dios está cerca de nosotros, empeñando en salvar a la humanidad y en implantar su Reino de vida, de verdad, en medio de nuestro mundo haciéndonos verdaderamente libres.

Ah, y no nos olvidemos tampoco de pedir por las vocaciones sacerdotales; porque la mies es mucha, y los trabajadores son pocos. Y necesitamos sacerdotes. Buenos sacerdotes que hagan sacramentalmente presente a Cristo y dirijan al pueblo de Dios por el camino de la salvación.

Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, bienvenid@ a Abril Romero. Deje su mensaje o saludo.