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sábado, 9 de julio de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXVIII). Domingo XV del Tiempo Ordinario

 

Hoy escuchamos en el evangelio de la Misa la parábola del Buen Samaritano. Una de las más conocidas de la Sagrada Escritura. Ciertamente, es un texto que necesita poca explicación, aunque a fecha de hoy, a lo mejor muchos no saben el sentido que tiene que el protagonista sea un samaritano. Por eso, dejadme que simplemente os diga, que los samaritanos y los judíos no se podían ver ni en pintura. Sería algo así como si se encontrara uno de los Boixos nois del Barça con un Ultra Sur del Real Madrid.... A lo mejor es un ejemplo que llama la atención, pero que nos puede servir para entender bien el significado de la parábola, que trata de decirnos que nuestro prójimo es todo aquel que tenemos a nuestro lado, y que nunca, nunca, podemos pasar de largo ante sus necesidades.

Cierto que hoy el mundo nos presenta muchas necesidades, muchos prójimos que necesitan nuestra ayuda, y que eso nos puede hasta agobiar: el hambre, la enfermedad, los ancianos que viven solos, los inmigrantes, los, y si encima hablamos de la guerra entre Rusia y Ucrania... Apaga y vámonos.

¿Qué quiero decir? Pues que, evidentemente, uno solo, no puede llegar a todo. Hay cosas que tienen que hacer las instituciones, y no pocas a nivel internacional. Pero nosotros sí que tenemos posibilidades de encontrarnos con nuestros prójimos y satisfacer sus necesidades: personas mayores que viven solas, enfermos que nadie visita, esa persona que está con una depresión de caballo y que se ahoga en un vaso de agua, un vecino o vecina al que todos critiquen y al que nadie se acerque.... Realidades de la vida que a todos nos toca evangelizar, llevando ahí a la práctica el mandato de la misericordia.

Vamos a pedirle, pues, a la Virgen María, Reina y Madre de misericordia, que sepamos tener sentimientos de compasión, de afecto hacia los que tenemos a nuestro lado, para que así seamos capaces de acercarnos a todos los que sufren en su cuerpo o espíritu, y pongamos todo de nuestra parte para curar sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

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