Estos últimos domingos hemos contemplado como Jesús ha
subido al cielo y nos ha enviado el Espíritu Santo que había ido prometiendo. Bueno,
pues la promesa se ha cumplido, y desde ese acontecimiento de Pentecostés ya no
podemos decir que estemos solos; pues ese Padre que con su Hijo unigénito y el
Espíritu Santo es un solo Dios, un solo Señor, se ha hecho cercano y está
misteriosamente presente en nuestras vidas.
Por eso, en un mundo en el que da la sensación de que casi
todo está descubierto, que todo está dicho, y en el que parece que no hay
misterios, nosotros decimos que creemos en el Misterio con mayúsculas. El Misterio
de la Santísima Trinidad.
Así pues, la Liturgia de hoy llama nuestra atención no tanto
hacia la comprensión del misterio, cuanto hacia la realidad de amor contenida
en Él. Por tanto, no nos perdamos en el umbral del dogma ni de la especulación
teológica, sino más bien contemplemos la Trinidad como misterio de comunión, de
vida y de amor; pues la liturgia de esta solemnidad tiene un carácter de
alabanza, de adoración y de confesión de la Santísima Trinidad; por sus
maravillas, sí; pero sobre todo por cómo es Él, por cómo es Dios Uno y Trino;
por la belleza y la bondad de su ser, del que deriva su actuar.
Y es que, ciertamente, el misterio de Dios que nos envuelve
ni se podrá explicar en un laboratorio, ni se podrá reducir a una fórmula
matemática, ni se podrá exponer totalmente en el mejor tratado de teología...
Pero lo podemos sentir..., lo podemos experimentar, descubrir, vivir....
Podemos sentir al Dios inmenso hecho cercanía; experimentar al Dios
todopoderoso de esa forma que tanto le caracteriza, en el amor y la
misericordia.
Dejémonos, por
tanto, seducir por el Señor, que quiere que cada día lo conozcamos más, para
continuar amándolo y siguiéndolo. Dejémonos seducir por el Señor para poder
conocer y amar cada día más a nuestros hermanos.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero
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