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jueves, 14 de abril de 2022

REFLEXIONES DE LA PALABRA (DLXIII). Jueves Santo

 


Hoy, con la celebración de esta Misa de la Cena del Señor, entramos en la celebración de los días santos de la muerte y resurrección del Señor: el Triduo Pascual. Después de toda la preparación de la Cuaresma, esta tarde estamos aquí, como los apóstoles, dispuestos a acompañar a Jesús en este momento intenso, en esta Cena de despedida. La Última Cena. Es su última tarde con ellos, ha llegado su hora, la hora de amarlos hasta el extremo.
Mirad, la Última Cena de Jesús con los discípulos evoca la cena de la Pascua de los judíos, la celebración que cada año recordaba la liberación de Egipto; y es el signo de la nueva Pascua que nos libera. Con ella, Jesús quiere mostrar a sus más cercanos que Dios, al igual que obró su liberación en el pasado, ahora va a obrar de nuevo su liberación definitiva por medio de Él. La primera Pascua fue la liberación de la esclavitud; la nueva y definitiva Pascua nos traerá la liberación de la esclavitud del pecado y de la muerte.
En esta Última Cena recordamos tres momentos muy especiales, que son la institución de los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal, y el mandato del amor fraterno, magistralmente descrito en la escena del lavatorio de pies que hemos escuchado en el evangelio; en el que hemos podido contemplar como el Maestro se quita el manto, se ciñe una toalla, echa agua y se pone a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla. Con todas estas acciones tan humildes, que eran propias de los esclavos, Jesús demuestra su soberanía y el poder que el Padre le ha conferido. Quiere enseñarles cómo comportarse con los demás, mostrarles la auténtica esencia de Dios, que son el amor y el servicio. El lavatorio de los pies nos dice cómo es Dios. En ese sencillo gesto se manifiesta en toda su profundidad cómo cualquier servicio hecho con amor adquiere un valor eterno, como expresión de entrega total de la propia vida y de amistad plena para siempre.
Y en el Pan y en el Vino de la Eucaristía Jesús nos deja el signo y la presencia de su entrega por nosotros. En ella Jesús se entrega y se da totalmente, en cuerpo y sangre. Y por el ministerio de los sacerdotes, que no somos más que unos pobres pecadores tocados por el dedo de Dios, a los que Él ha puesto al frente de su pueblo, se hace presente y actualiza entre nosotros día a día el misterio de su muerte y resurrección en cada celebración de la Misa, quedándose realmente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Abramos, pues, nuestro corazón a su amor, para revivir con Él los días centrales de nuestra fe, de modo que los que ahora nos hemos reunido para celebrar la Pascua de Jesucristo, podamos ser sus invitados en la Pascua Eterna.
 

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