En la
primera lectura, tomada de la profecía de Daniel encontramos la visión de un
Hijo del hombre que, con honores reales, viene en medio de las nubes del cielo,
un Hijo de hombre que avanza hacia Dios para recibir una soberanía y una
realeza que son eternas y para reunir a todos los pueblos, un rey con figura
humana que al final de los tiempos reinará en todos y en todo. La segunda
lectura, del Apocalipsis, por su parte, nos confirma que ese Rey es Jesús de
Nazaret, que nos mostró el rostro de Dios con un amor tan grande para todos que
no rehuyó la cruz cuando los dirigentes judíos lo crucificaron por considerarlo
blasfemo al hacernos visible un Dios misericordioso.
Y es
que Jesucristo, que nos ama, nos libera del pecado y hace de nosotros casa
real..., vendrá al final de los tiempos como soberano de los reyes de la tierra,
vestido de majestad.
Pero ya
sabemos que su Reino no es de este mundo. Él no gobierna con leyes férreas y
rigurosas, sino que se acerca a las personas para hablarles al corazón, y nos
muestra que Dios es todopoderoso por el amor, porque al final, el amor será lo
que prevalezca sobre ejércitos, fronteras y exclusiones. Él ha venido para dar
testimonio de la verdad. Por eso que solo
quien vive en la verdad puede tener a Cristo por rey. Solo quien
reconoce verdaderamente a Cristo como rey, vive en la verdad.
Es verdad que el reino de las tinieblas, que es el
reino de las medias verdades, del egoísmo, de la avaricia..., y que está
sobremanera extendido en nuestros tiempos, parece más apetecible porque colma
nuestros deseos. Pero si de verdad abrimos los ojos, y pisamos tierra, veremos que
la satisfacción que promete solo deja frustración y vacío.
Dejemos, pues, que Cristo reine en nuestras vidas y
que el evangelio marque nuestro ritmo y nuestros pasos. Al fin y al cabo, al
único al que habremos de rendir cuentas al final de nuestra vida, será a Dios;
no a ningún político ni a ningún juez de este mundo tan injusto. Y si como dice
el refrán: “quien ríe el último, ríe dos veces”; también eso sucederá al final
de los tiempos, donde tendrá lugar la última carcajada de la historia, que será
la más sonora, y esa carcajada la tendrá Cristo; Cristo Rey; que volverá glorioso
desde los cielos a juzgar a vivos y muertos, y cuyo reino no tendrá fin.
Mn. Ramón Clavería Adiego;
Director espiritual de Abril Romero.
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